No tengo palabra

No es para sentir orgullo escribir un post en el que hago público (después de algunos días) que fallé a una promesa que le hice al Dios Creador de todo lo maravilloso que puede verse en la naturaleza.

Todo empezó a mediados del mes pasado (febrero de hace unos años atrás) Cuando me informaban en casa que éste año para mí no habría dinero para inscribirme en la universidad. El mundo, mi mundo, se venía abajo en grandes trozos de expectativas y deseos.

Si bien es cierto que en el Perú hay cada vez menos oportunidades de conseguir un trabajo a cuenta propia -porque si no tienes un ‘amigo’ que te aprecie en algún medio de comunicación lo más probable es que la oficina sea el carro que por las noches se convierte en uno de los tantos taxis que hay en la ciudad. Yo, personalmente, tengo el ánimo y anhelo de llegar a ser un escritor en vez de un escribidor o un periodista (aquí en mi país).

Después de oír ese mal aviso de mis padres y de ingresar a la intranet de la facultad y no tener acceso a elegir mis cursos e inscribirme, la preocupación invadió mi mente. Con ella empecé a maquinar la manera de conseguir la cantidad necesaria para empezar a estudiar un nuevo semestre.

Lo primero que pensé es que por mis propios medios (como ser humano imperfecto y predeterminado por Dios) no podría conseguir el dinero. Las ideas escapaban de mí, era imposible conseguir la paz necesaria para pensar en alternativas de solución para mi problema. Fue así que acudí a Dios, lo único divino existente.

Sabido es que a Él le agrada que sus hijos sacrifiquen algo a cambio de los pedidos que se le hagan. Con esa creencia le prometí que no volvería a ver videos para adultos en lo que va del semestre, o al menos en el primer mes de estudios.

Creo que por esa promesa es que Él accedió a ‘ayudarme’ y por eso pude conseguir el dinero para matricularme y empezar a estudiar.

Pero ayer (lunes 12) después de enterarme que la clase de la tarde se suspendió, decidí salir del campus para comprar la copia del libro que han dejado que han dejado para la asignatura de redacción. Fue así que terminé el día sentado, frente a la pantalla, siendo espectador pasivo de distintas escenas de sexo entre hombres.

Sí, señores fallé! falle a lo prometido a nuestro Padre Creador. Por tal razón me siento desmesuradamente avergonzado. Es una vergüenza propia y la vez ajena a lo que mal he hecho.Dios no merece que alguien como yo me haya valido de su ‘ayuda’ para beneficiarme y no poder siquiera sacrificarme por Él a manera de agradecimiento.

Ahora, como su siervo, me tocó esperar el castigo que muy merecido merezco por haber faltado a mi palabra y de esa manera haberle fallado.