Casi a ciegas II

El ser muy corto de vista me ha vuelto un chico muy inseguro. Varias han sido las veces en las que me he sentido feo. Más por fuera que por dentro. El temor ha estado siempre a la par de la miopía que tengo desde que nací.

Exagerado a menudo lo soy. Joseph me suele decir que si es por mi origen latinoamericano. Yo creo que él piensa que así somos todos los peruanos. Como sea. El pensar que me podía caer con cualquier peldaño o en alguna zona agreste se hizo más notorio en mi cuando viajé a Panamá y visité un monte con cuestas muy empinadas.

La sensación de inestabilidad me hizo aceptar el hombro de Mr. Bozz, quien se ofrecido como bastón para que no perdiera el equilibrio y cayera en algunos de los abismos que bordeamos.

El sentimiento de impotencia es inexplicable. La percepción de inseguridad es indescriptible. Cada día me preparo a por si cruzara la frontera de la oscuridad. Por ratos creo que estoy preparado, pero en otros -la gran mayoría- me doy cuenta que no lo estoy.

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Casi a ciegas

De fondo azul y pequeñas letras de color vainilla. El grosor de los cristales siempre el mismo. Un marco no tan pesado para que mi pequeña nariz pudiera cargar lo pesado de la miopía que padezco desde que nací. Así fueron los primeros lentes que usé en mi vida.

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La primera vez que fui a un oftalmólogo, sin temor a confundirme, fue cuando tenía seis años de edad. Mi madre me llevó por recomendación de quien por ese entonces era mi profesora del Jardín de Infancia. La miss Condoy citó alguna mañana a mis padres para decirles que yo no podía responder de manera adecuada a las actividades que ella programaba. Además, debía acercarme demasiado al libro de grandes letras y llamativos dibujos. Todo indicaba que mis ojos necesitaban de algo mas que luz para poder ver el contenido de mis cuadernos y libros.

Era de tarde, No recuerdo exactamente la hora. El médico, un argentino de apellido Chiappe. Hasta hace algunos años le visitaba más seguido que ahora que paso los 30 años de edad. Mi madre y yo, y dos hermanos míos acudimos al consultorio por primera vez. Nervioso estaba, pero me distraia jugando con mi hermana y mi hermano, el tercero, con quienes corría dentro y fuera del local.

Un lugar tenebroso -me parecia- por la poca luz. Máquinas por ese entonces modernas. Recuerdo me senté en una en la que pude observar un paisaje borroso. Todo bien dijo el doctor. Pasamos a la siguiente. Uno y otro lente más. Con el rato se iba haciendo más grueso. La sorpresa del especialista por la alta miopía que tengo desde niño era tan grande como esta.

-Señora, su hijo tiene mucha medida dijo el medico a mi mamá.

-¿En la familia hay más personas con alta miopía? -fue la pregunta que siguió.

Mi madre asintió casi por reacción -incluso cuando este le recomendó lentes de contacto, quizá para evitar que otros niños se birlasen de mi.

-Vamos a hacer la prueba de resistencia. Veremos si sus ojos soportan las lentillas -Afirmó Chiappe, mientras me llevaba consigo a otro ambiente del consultorio.

No podría describir la sensación de un cuero extraño en is ojos. Solo puede decir que en ese momento quería regresar a casa. Tenía muchas ganas de llorar. Más al ver cómo iban a quedar los lentes que después de una semana tenía que usar de manera peremne.

«Lentes de botella»,»cuatro ojos», «Paul Phiffer -si, el de la serie Los años maravillosos», fueron algunos de los insultos que tanto compañeros de aula, como de otras, y ni qué decir de los niños como yo que me cruzaba en la calle, me dijeron constantemente y que me llevaron a dejar de usar los lentes por vergüenza. Es que la niñez a veces suele ser tan cruel.

Tenía ya 10 años. La miopía había aumentado un poco más. Debía usar sí o sí las gafas de vidrios gruesos. Entonces estaba obligado a «cercarme» y hacer oídos sordos a todas las burlas que seguramente iba a ser blanco. Al siguiente año, para la fiesta de promoción de mi hermana Catalina, mis padres me propusieron usar lentes de contactos. Esta vez Debía hacer un esfuerzo y soportarlos. Acudí a aquella reunión con nuevo look . Me sentí liberado, y no solo porque ya no llevaba unos cristales tan pesados, sino porque con ellos se fueron algunos complejos míos. Por primera vez me pude sentir un poco más normal.

Antes de abordar

La mañana del siguiente día se pasó más rápido que un suspiro. Así que, una vez más, reviso toda la documentación que debía tener para presentar por migraciones. Todo bien. Todo en orden. A desayunar.

Las horas de aquella mañana se pasaron en el intentar realizar el check in de mi boleto a través de mi celular y en dar una caminata a inmediaciones del hospedaje junto a mi madre y mi hermano Reynato -quien después de varios años no había regresado a Lima-.

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Eran poco más de las 16 horas y ya me encontraba en el taxi que me llevaría hasta el aeropuerto Jorge Chávez. Conversando con mi madre recordé que no había impreso la reserva de ida y de vuelta del pasaje. Si, a última hora molestar a Joseph para que me la envíe por mensaje de WhatsApp.

No fue Joseph quien me la enviara, sino Mr. Boss. Al menos, si no la tenía impresa, ya la tenía entre los archivos del móvil para presentarla por si era necesario para demostrar que iba a retornar a Perú.

Casi una hora de trayecto desde Miraflores hasta el terminal aéreo en el Callao que, hasta ese momento, transcurrió sin novedad hasta que al ingrear un policía de tránsito le pide al conductor que se detenga. Unos 15 minutos más o menos duraría la intervención policial.

Al ingresar al área de viajes internacionales me animé a envolver la maleta. En minutos pasó de naranja a un verde intenso. Mi intención era poder reconocerla luego en la faja de equipajes a mi llegada a Madrid y, bueno, que no terminara tan dañada por el maltrato de los operadores de la aerolínea.

En poco tiempo ya tenía el boleto en mis manos. No tenía nada más que pasar a la zona de abordo para esperar mi vuelo. Pero decidí estar un poco más de tiempo con mi madre y Reynato y así anduvimos, recorriendo las tiendas del aeropuerto como queriendo que no llegase el momento de la despedida y esperar hasta abordar el avión. 

Noche previa en Lima

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Dos o tres meses antes de mi viaje me tocó editar dos noticias sobre incidentes con aviones en el Perú en los que ambas aeronaves tuvieron que aterrizar de emergencia por reportar desperfectos técnicos, una de las dos se incendió.

¿Cuánta posibilidad había en que el avión que me llevaría a Lima fallase? No lo sé, ni tampoco quería comprobarlo. Y bueno, tampoco quería andar presuroso por tener que bajar de uno para abordar otro. Así que decidí comprar el boleto con un día de anticipación del vuelo hacia Madrid.

Lo compré un mes antes de la fecha de mi vuelo a España. Recuerdo que mientras buscaba en la página web de la aerolínea, mi madre se acerca y me pide que, por favor, le consiga uno para ella, pues había decidido acompañarme a la capital peruana.

Así fue. Reservé los pasajes de avión en la mañana de un miércoles, a la tarde ya formaba la cola en el banco para pagarlos. Tuve suerte, el día estaba sombrío y no había mucha gente esperando.

Un día antes del viaje. Mi hermano Remato se anima a viajar con nosotros y, me pide de favor que le consiga un cupo en el avión. Me lo pidió de tal manera que no importó si ello me costaría trabajo en adquirir un boleto para él.

El día llegó. Más tiempo nos llevó en abordar la aeronave que en el vuelo de apenas hora y media. Otro tiempo, de similar extensión, tuvimos en la espera de nuestros equipajes en la faja del aeropuerto.

Para la tarde, ya en Lima, nos fuimos a recorrer un poco el centro histórico, luego entramos a un centro comercial -en Surco- y para antes de las 9:00 p.m. ya dormíamos.

¿Dormir? Ellos, porque yo no pegué el ojo en casi toda la noche.

La tercera es la vencida

Cerca de seis horas han pasado desde mi llegada a Talara, mi ciudad natal, y poco más de un día de mi arribo a Perú,  tras uno de los viajes que jamás olvidaré en mi vida, tras 26 días de reunir recuerdos con Joseph y con Mr. Boss.

Todo comenzó en julio del 2012, dos años después de que los tres recorrieramos juntos la selva y sierra norte peruanas, cuando en una de las tantas charlas con Joseph este me propuso que los visitara en San Hilarión -España-, y como por entonces los peruanos todavía necesitábamos de visa para entrar a terfitorio europeo pues ello solo quedo en intenciones por ambas partes.

El segundo intento se daría en octubre del 2015, cuando me vi obligado a dejar de trabajar y Joseph y yo ya habíamos comentado de una posible llegada mía al país ibérico.  Así acordamos, con mucho temor por parte de Joseph, que mi vkaje seria en setiembre del 2016.

Mr. Boss se encargó de reservar el boleto. Joseph previamente me había preguntado una y mil veces si era dable que yo fuese. Una segunda carta de invitación llegó a mi casa y todo indicaba que viajaría,  más aun porque los peruanos ya no necesitábamos de una visa.

Un mes antes me llaman de mi anterior trabajo y me proponen regressr. No sin antes comentarle a Joseph decidi aceptar…

Los dos elegimos obligados que mayo de este año seria si o si el viaje. Una nueva aventura que contare enposteriores publicaciones.

Te pido disculpas

¡Vaya! Seis meses han pasado desde la última vez que me senté frente a la pantalla de este computador, e ingresé a este mi blog a escribir unas líneas más en el diario de mi último viaje al extranjero: Panamá.

Hoy no escribiré un capítulo más de esa colección de recuerdos convertidos en letras, en esta oportunidad pediré disculpas, si una vez más, a mi incondicional Joseph, pues siento que de un tiempo a este he descuidado nuestra amistad y no le he dado la importancia que bien sabe él tiene para mi.

Recuerdo las veces en que era yo quien le pedía se quedara más tiempo conectado del que podía, y él queriendo o no lo hacía. Ahora siento yo que no le correspondo a esa atención que tuvo, y que aún tiene hacia mi, y estoy seguro que tendrá. Por eso quiero pedirte me disculpes amigo mio.

Hoy, sin duda, hablaremos un rato. Espero ser lo suficientemente atractivo y entretenido como para lograr que te digas a ti mismo que valió la pena esperar casi una semana para charlar nuevamente como aquiellos tiempos.

Joseph sabes lo mucho que te quiero y aprecio todo lo que has hecho por mi.

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El Valle de Antón: Cerro Gaital, la ‘India dormida’ y un hotel curioso

Sexto día:

Foto Menú

Llegamos a El Valle de Antón a la hora del almuerzo. 

En pleno sol de mediodía, y pese a que Boss siempre andaba tan pendiente, pasamos el hotel sin percatarnos.

-Espera -dijo Joseph- Creo que ya pasamos el hospedaje.

Mr. Boss frenó el carro y manejó nuevamente hasta el local.

Bajó. Entró a una tienda a preguntar y regresó a avisar que ya debíamos bajar.

Para llegar a la recepción debíamos entrar por un pasaje que conducía a lo que era la cochera. Luego del registro, subimos hasta la habitación designada. Si antes nos había sobrado espacio, ahora nos faltaba. Cada quien eligió su cama y nos vestimos para bajar a almorzar.

Gran sorpresa me llevé en el comedor… Encontrar platos peruanos en la carta del restaurante realmente fue grato. 

El Valle de Antón: Cerro Gaital, la ‘India dormida’ y un hotel curioso

SEXTO DÍA:

El Valle de Antón, Panamá

Nuestro siguiente destino era El Valle de Antón, que según la guía turística de Joseph, es un antiguo cráter de volcán. El pueblo no es tan extenso, lo divide una carretera (que lleva el nombre de Avenida Principal). Existe una marcada diferencia entre los grandes afincados (dueños de casas muy bonitas) y los pobladores oriundos (de ropas sencillas), pero también hay un grupo de personas que bien se podría considerar que están en el medio.

El  tiempo para llegar a El Valle fue poco más de dos horas, pues hicimos una parada -no sé si a mitad de la ruta-.

Luego de guardar nuestros equipajes en el automóvil, y previa vista al aparato GPS, Boss arrancó. Fueron buenos los comentarios que hicimos de nuestra estadía en el Gamboa, y es que no estuvo tan mal pasar poco menos de un día en ese hotel.  

Entre charla y música de fondo, sin que nos diéramos cuenta, el panorama cambió. Fue así que, a cuanto más avanzáramos atrás se quedaba ese paisaje verdoso de costa, del cual habíamos disfrutado, para dar lugar a otro con aroma a sierra panameña. No mejor, ni peor, simplemente distinto.  

Esa pausa, de la que no estoy tan seguro fuera a mitad de camino, fue en un mirador. Un sitio que permite tener una espectacular vista de la naturaleza centroamericana y al que descendimos luego de que Boss estacionara el carro. Bajamos y  tuvimos que subir por una escalera hasta la cima. La ubicación estratégica nos permitió deleitarnos con lo observado y a animarnos a inmortalizar el momento con unas fotografías.

Gamboa: Parque y Mi Pueblito

CUARTO/QUINTO DÍA:

«Mi pueblito» – Ciudad de Panamá.

En el Gamboa solo estuvimos un día. Así que los tres saldríamos muy temprano en la mañana para nuestro siguiente destino. Las maletas ya estaban hechas, solo quedaba desayunar y realizar en Check out en la recepción del hotel.

El poco tiempo de vacaciones en Panamá con Joseph y Mr. Boss se había caracterizado, principalmente, por tener que despertar poco más de las seis de la mañana. Ello no se hizo tan pesado para mí, pues apenas llevaba poco más de tres meses que había dejado de levantarme a esa hora para acudir a la universidad.  

La noche anterior había dormido yo como en las nubes. Eso era fácil de «descubrir», ya que no había dado tantas vueltas en la cama y porque ésta no presentaba las sábanas tan revueltas (estaba, pues, como si nadie hubiera dormido allí). El lecho era de medida King y a la altura perfecta para mi gusto. Lo mejor era que estaba muy pegada a la pared… Eso, ¡me encanta!

Después del desayuno, ya tenía dos vasitos yogures. Uno de piña y otro de fresa. En realidad hubiera tenido tres, sino hubiera sido porque uno de mis dos compañeros me repetía: «Que se va a dañar ese yogur», «No pensarás llevártelo para Perú», etc, etc.  Y, bueno, razón no le faltaba jeje.

Aún no pretendíamos salir rumbo para el próximo punto del itinerario. Salimos de la habitación para dar un paseo por los alrededores del Gamboa. Tomamos las cámaras fotográficas y empezamos con la caminata.

El primer lugar adonde llegamos fue un pequeño muelle, propiedad del hotel, desde donde parten las lanchas que hacen el recorrido por las aguas de un río. Paseo destinado para aquellas personas que gustan de ver aves. Nos hicimos algunas fotos. Pasamos por un local cerrado en donde lo más resaltante de la decoración era un cocodrilo. Anduvimos un poco más y llegamos hasta un conjunto de casas, de estilo de arquitectura norteamericano; de vivos colores; algunas ocupadas, otras parecían estar vacías; y cada cual más bonita que la otra. Finalmente, volvimos.

Ahora tocaba pagar la estadía y el consumo. Mientras Joseph y Boss se encargaban de ello, yo estaba sentado en el hall. Tardaron tanto que me dio tiempo de recordar nuestra visita a un centro para visitantes.

El sitio es conocido como Mi pueblito. Un proyecto que intenta enseñar cómo era la vida en la Panamá colonial, en la Panamá «yankie», y en la Panamá oriunda. Personalmente me agrado conocerlo. La primera parada la hicimos en la Panamá colonial, muy bien representada en réplicas de los sitios más característicos de la ciudad de aquel entonces. Es así que se puede visitar la escuelita, el telégrafo, una casa, una capilla, entre otras. Cada cual con su decoración propia. No lleva mucho tiempo recorrer todo el área. Después pasamos a la Panamá «Yankie», compuesta por casonas de dos niveles, con su decorado más fiel; casas en donde solían vivir los norteamericanos que llegaron al país para laborar en la construcción del Canal o por militares que trabajaban en la base que Estados Unidos tenía; aquí se puede encontrar una iglesia típica de evamgélicos. Por último, llegamos a la zona más sencilla y humilde; compuesta por chozas hechas de ramas y techos de palmas secas; con un fogón de leña y sin mucho por ver.

De mi recuerdo tuve que salir a la voz de llamado de Joseph. Nos dirigimos al cuarto para recoger las maletas y enrumbarnos para el pueblo que ya nos esperaba.

Gamboa, resort y selva

QUINTO DÍA:  

Balcón

Ese viajecillo en el tiempo, tan repentino, se cortó cuando oí la voz de Mr. Boss.

  • -¿Piensas quedarte ahí? -Me preguntó.
  • -Yo creo que sí. -Le respondí.

Él no insistió con palabras, pero si con imágenes. 

  • -Mira, ellos tampoco saben nadar y ya ves como la pasan bien. -Agregó.
  • Si pues. -Dije escuetamente.

Me propuso hacerme unas fotos con la cámara de su Ipad. Accedí. Luego de unas indicaciones (que ponte allí, que más allá, que baja la mirada, entre otras) me retrató en la gran piscina del Gamboa. Luego, se fue a andar por el campo.

Después de un rato, quedábamos ya poca gente en la terraza, salgo y me acerco a Joseph. Él leía las noticias en su tableta. Decidimos regresar a la habitación. No recuerdo exactamente si Boss ya se encontraba allí o llegó luego. Me di un duchazo para quitarme el cloro de la alberca. Así se fue haciendo de noche.

Hora de la cena. Se decidió que pediríamos servicio a la habitación. Me encargué de hacerlo yo. No lo hice tal como me lo indicaron. Pedí un plato de adulto y otro para niño (por recomendación de mis dos compañeros de viaje y porque no suelo comer mucho). Cenamos en la mesita que estaba en el balcón. Terminamos y arreglamos las maletas antes de ir a la cama. Al otro día saldríamos ya para el interior del Panamá.

Gamboa: Parque y Mi Pueblito

QUINTO / CUARTO DÍA:  

Piscina del Hotel Gamboa, Panamá

Antes, o quizá después del almuerzo, Joseph y yo dimos un paseo por las terrazas del hotel. Fue así que llegamos hasta la gran piscina y pude de esa manera leer el horario que se tiene para el uso de la misma. Ya había decidido que por la tarde pasaría a darme un chapuzón.

-Lo del chapuzón es un tanto exagerado, pues apenas me pasé el rato en uno de los extremos y muy pegado al suelo. Si, me estuve remojándome y de vez en cuando tratando de flotar con ayuda de unos pequeños cojines de goma que habían por ahí.

Luego del respectivo descanso Mr. Boss me pregunta si no iba a bajar a la alberca, pues sabe que me gusta, y la respuesta a la interrogante fue un rotundo si. Y como su intención era dormir sin compañía le pidió a Joseph que me haga compañía. Que yo podía estar ‘nadando’ y él (Joseph) leyendo.

Bajamos y buscamos un sitio disponible para sentarnos. No había mucho sol, ni tampoco muchas mesas desocupadas. Nos sentamos. Yo, de ver tanto turista junto me sentí intimidado, pero mi compañero me dio ánimos y de esa manera me levanté, me acerqué a la barra para pedir una toalla y luego de un rato me metí al agua.

Mientras estaba en la piscina recordaba nuestro cuarto día en Ciudad de Panamá. Recordé, pues, nuestra visita al Parque Metropolitano y a una especie de museo llamado Mi Pueblito. Para esos dos paseos no tuvimos que despertarnos muy temprano, aunque mis dos amigos son de aquellos que suelen despertar al gallo antes de que éste les despierte. Pues ya a primera hora de la mañana estaban alistándose para bajar a desayunar.

Parque Metropolitano, Ciudad de Panamá

El Parque Metropolitano es un sitio muy bueno para recorrer. Es una oportunidad de contrastar lo natural que tiene Panamá con la modernidad, pues en cierto punto del recorrido se puede ver los rascacielos de la capital panameña por detrás del verdor de la naturaleza. Llegamos a él en poco tiempo. El GPS nos guió bien. Paramos en una garita, preguntó Boss y nos indicaron que la entrada al parque estaba un poco antes. Retrocedió el carro y entramos a una especie de campamento campestre. Entramos a un local que en su interior había una pequeña sala y tres oficinas. Entramos a lo que era la tienda de souveniers. Mientras veía yo los productos que ofrecían mis dos compañeros de viaje adquirían el derecho a pase.

Después de esquivar a toda la gente que se encontraba en el umbral -personas que se habían dividido en dos grupos para hacer la excursión acompañados de un guía-, salimos y nos dirigimos al automóvil para tomar las cámaras y la botella de agua, además de otras cosillas que llevaba Joseph en su mochila. Me ofrecí para llevarla y con la negativa de Joseph la tomé y me la colgué. La caminata la hicimos sin guía y a nuestro «aire». Empezamos con subir uno de los montes. El camino no estuvo tan mal, pero el cansancio (debido al calor) se hacía presente. A cada banca que divisaba me sentaba. Fue en este monte en donde se puede observar los grandes edificios capitalinos.

El descenso lo hicimos muy rápido. Ahora, era tiempo de empezar con el segundo recorrido. Tomamos un camino ‘rellenado’ con piedrecillas cercano a la carretera. Empezamos así la segunda subida. Fue aquí en donde yo ya no podía más con llevar la mochila. Joseph, muy observador él, se dio cuenta y me la pidió. El calor se acentuaba más y el sudor se hacía desesperante. Hicimos el recorrido muy bien. Llegamos a la cima del cerro desde donde se pueden observar las esclusas de la estación de Miraflores (Canal de Panamá). Finalmente, al terminar el camino, llegamos hasta la garita de control a la cual ya habíamos estado. Muy cerca había un baño. Entro. Salgo y me encuentro con una charla de sociedad y economía. Si no hubiera estado agotado quizá participaba más.

Gamboa, resort y selva

QUINTO DÍA:

Restaurante del Gamboa Hotel, Panamá.

En el Gamboa, tanto el desayuno, como el almuerzo -y supongo que también la cena- eran de estilo buffette, es decir que uno mismo elije lo que desea comer. Lo supongo porque solo desayunamos y almorzamos en el comedor del hotel, pues la cena la pedimos a la habitación.

El restaurante, muy reluciente por cierto, daba dos opciones de lugar para degustar los platillos: se podía decidir por comer en el interior o en la terraza (cuya vista regalaba, por ejemplo, un amanecer). El lugar tenía un portal que se podía abrir y conectaba a otra -ello cuando la primera sala se llenaba de comensales-. Las tres veces que fuimos comimos dentro.

Antes de salir a la excursión desayunamos. Habían diferentes tipos de pan, yogures de distintos sabores, zumos de distintas frutas y trozos de éstas (frutas) para preparar una ensalada. Además, de miel, huevos revueltos… Y al regresar, después de instalarnos en la recamara volvimos para almorzar. Ya para entonces Joseph se había encargado de hacer la reserva y entonces solo debimos esperar a que el anfitrión apareciera para que nos ubicara en alguna mesa, porque el local estaba bastante lleno.

En este momento no recuerdo lo que escogí para comer, pero sí me acuerdo que repetí dos veces. Y que me quedé con Joseph hasta terminar de almorzar. Nos levantamos de la mesa, salimos por la puerta que conectaba a la terraza y ningún mesero se nos había acercado para que firmáramos el consumo y se nos recargara a la cuenta.

Y nos dirigimos para el cuarto. Para llegar hasta el teníamos que atravesar el hall, la boutique y la tienda de recuerdos, un pasadizo, luego bajar por unas escaleras. Cada habitación tenía en la puerta de entrada un motivo selvático tallado, contaban con aire acondicionado, un baño bastante grande, un balcón refrescante y en él una hamaca. Dos camas gigantescas (tan grandes que no la ‘revolví’ como suelo hacerlo de tanto moverme). Y tan grande como las camas era el televisor.

Descansamos.

Gamboa, resort y selva

QUINTO DÍA:

Gamboa Hotel

Se decidió por tomar una de las tres rutas que ofrece el Gamboa para que sus huéspedes realicen. El paseo duraría el tiempo necesario para que la habitación estuviera lista ya para nosotros. Así que salimos al parqueo, Mr. Boss se encontraba en el carro alistándose para la exploración de ese momento. Joseph y yo nos acercamos a él, estaba contento, pues había podido fotografiar un Tucán.

Los tres nos aproximamos a la entrada principal del hotel. Debíamos esperar al camión que nos trasladaría hacia el punto de inicio de la ruta elegida. Antes de subir uno de los empleados pegó un sticker a todos los turistas que estábamos presentes, un cuadradito del color que iba de acuerdo a lo elegido. A nosotros nos tocó verde. Esperamos unos minutos más y el vehículo llegó.  

Camión – Gamboa Hotel.

Un pequeño camión cuya tolva estaba dividida en tres secciones con dos filas de asientos cada una. Estaba pintada con motivos selváticos y pintada en tono ‘piel de leopardo’. Una lona nos alivianaba del sol y unas escaleras de tres gradas nos permitía subir. En la primera sección se ubicó un matrimonio español (la pareja con sus dos hijos y los abuelos), en la segunda Joseph y Mr. Boss -de cara al camino- y frente a ellos yo junto a un matrimonio estadounidense. Y, en la tercera, otro matrimonio norteamericano y una familia de rasgos asiáticos. El resto de visitantes, como una pareja francesa, subieron a una furgoneta.

Durante todo el trayecto, que en realidad no fue tan largo como me lo imaginé antes, fui oyendo música. Llegamos hasta la estación del teleférico y nos juntaron en un grupo de cinco (éramos mis amigos y yo más la pareja de franceses). Fuimos el segundo grupo en subir a una de las cabinas.Yo tenía un tanto  de nervios, pues era la primera vez que me subía a un medio de esos (y más aún cuando semanas antes había visto por la televisión que en Colombia había fallado uno y tuvieron que ‘rescatar’ a las personas suspendidas en el aire). No pasó nada. Que en cuanto se puso en movimiento y la vista se hacía un tanto más agradable ese tonto temor se esfumó.

El aparato nos llevó hasta el otro lado en donde nos tocó caminar un tramo muy corto hacia una torre de 5 niveles de alto. Ya en la cima se podía observar el Canal del Panamá y una pequeña aldea de aborígenes del lugar. Nos hicimos unas fotos y descansamos un rato.

Teleférico – Gamboa Hotel.

Pero el paseo no se terminó ahí. Después del teleférico nos volvimos a subir al camión que simulaba un felino. En la segunda visita, ya no nos acompañaba los franceses. Esta vez estarían la familia española y un matrimonio americano. Era el momento de visitar los acuarios, el mariposario y el serpentario. Ese fue el orden que se tuvo.

Antes de entrar al local de las grandes peceras, estuvimos en un punto de venta en donde señoras indígenas ofrecían sus productos artesanales -muy bonitos pero un tanto caros… Pero valía la pena pagar el precio-. Fue ahí donde mis dos compañeros de viaje entablaron amistad con sus compatriotas (la gran familia española). En el lugar no solo habían peces, sino también algunas tortugas y, si mal no recuerdo, un lagarto de mediano tamaño.

-A mi particularmente me gustan los acuarios, pero esa exhibición me aburrió un tanto.

Luego, caminamos un tanto hasta llegar al mariposario. Esa exposición, el estar rodeado de esos frágiles animalitos me encantó. Aunque fue muy corto el recorrido estuvo muy interesante. Claro, hasta que se tenía que pasar por una especie de laboratorio, el cual era -a mi parecer- demasiado pequeño como para que estuviésemos ahí metidos tanta gente. Me quedé afuera con Boss.

Ahora el serpentario. Un tanto frío para mi gusto. Las paredes estaba hechas de tal manera que daba la sensación de que se ingresaba a una caverna. El ver tan de cerca los tipos de culebras que tienen me pareció muy interesante. Ahí solo pude ver algunas, y es que se camuflan tan bien que a mi mala visión se perdían en su espacio.

Finalmente, el orquideario. Un jardín de mediana extensión en donde se cultivan algunos tipos de Orquídeas. Una más bonita que otra, de todo ‘modelo’ y color. Tampoco me pareció tan aburrido. Pude hacer algunas fotos. Al salir de allí ya nos esperaban las movilidades (esta vez el camión ya no estaba). Así que me regresé al hotel solo porque Mr. Boss y Joseph decidieron caminar hasta el hotel. 

Gamboa, resort y selva

QUINTO DÍA:

Interior de carro

La noche anterior dormimos sin tanto lío. Por mi parte, el calor se hizo nada, pues estaba demasiado cansado como para ‘quejarme’ de él. Y tan agotado había acabado el último día en Ciudad de Panamá que ni siquiera miré televisión antes de quedarme dormido. Eso sí antes de dormir, tanto Mr. Boss, como Joseph y yo , preparamos nuestros equipajes  

Amaneció y  desayunamos en el comedor del hotel. Pasadas las 9 de la mañana bajamos con las maletas, fuimos a la cochera y salimos rumbo a nuestro segundo punto de visita en el itinerario que había preparado meses antes Mr. Boss. El próximo destino era Gamboa, uno de los dos mejores lugares en los que estuvimos.  

Salimos de la capital panameña a través del Puente Centenario. No tardamos demasiado en llegar hasta el Gamboa. Durante el viaje, una que otra discusión entre Boss y la GPS. La música, que esta vez era la que yo tenía en la Mp3, sonó en todo el trayecto.

Llegamos al resort y un muchacho tomó las maletas y mochilas las puso en un portamaletas de bronce. Mis dos compañeros de viaje se apersonaron a la recepción del nuevo hotel y les informaron que la habitación que nos había tocado no estaría lista hasta las 14 horas. ¿Ahora qué hacemos? -nos preguntamos. 

Ciudad de Panamá: Fortalezas, playas y malecón

TERCER DÍA:  

Colón, Panamá.

Días antes del viaje a Panamá, y mientras Mr. Boss preparaba el itinerario que seguiríamos, Joseph compartió conmigo unos enlaces del Youtube en el que pudimos observar distintos videos de una de las zonas ‘libre de impuestos’ que hay en el Panamá. Ese sitio era Colón, pueblo que se caracteriza por ser un lugar en el que el comercio es la base de su economía.

Pese a que se decidió que no visitaríamos Colón, pues lo que vimos en imágenes era poco agradable y nos dio la impresión de ser un sitio algo peligroso para nuestra seguridad y bienestar, después de pasar gran parte del día en las costas de Portobelo enrumbamos hacia allí.  

Los atascos (por arreglos en la carretera), quizá la hora punta (pues ya estábamos muy cerca de las 17 horas), es que en realidad pasamos mucho más tiempo metidos en el carro camino de Colón que en el misma ciudad. En el trayecto de ida pudimos observar un gran centro comercial, que sin temor a exagerar se puede decir que es una verdadera ciudad del comercio, el cual pasamos sin mayor expectativa. Asimismo, nos tocó guardar turno para avanzar (ello por lo mencionado al principio del párrafo).

Kilómetros más allá de esa ciudadela del consumo nos daba la bienvenida el pueblo de Colón. De personas, en su mayoría de piel oscura, de un caos vehicular impresionante, con un romantico malecón -pues sirve de paradero para las demostraciones de cariño entre los colonistas enamorados- y una calor abrasadora.

Después de surfear la corriente de automóviles, nos recibía con mucho colorido las calles que habíamos visto semanas antes del viaje y las cuales nos había espantado un poco.   Sin mencionar lo que pude oír -por accidente-, una conversación entre uno de los choferes de los buses rojos y un turista que tenía intención de visitar la zona franca de Colón; de la cual me pude enterar que para visitarla hay que estar muy atento a cada movimiento, y es que lamentablemente es una zona algo peligrosa.

Charla que no dudé en comentarla a mis dos amigos. Tal vez haya sido por eso que Mr. Boss prefirió quedarse en el carro mientras que Joseph y yo caminábamos por el malecón. Al lugar los adornaba unos inmensos árboles, lo refrescaba una alentadora brisa marina y lo engalonaba varias de las parejas de jóvenes amantes que se demostraban entre sí afecto. Andando llegamos hasta unos pequeños muros que limitaban la zona urbana con el mar, el mismo que albergaba dos gigantescos barcos encallados y abandonados. Nos hicimos unas fotos y regresamos raudamente al auto. Y así comenzó nuestro retorno al hotel.

Ciudad de Panamá: Fortalezas, playas y malecón

TERCER DÍA:

Ceviche panameño.

Después de recorrer cada rincón del Fuerte de San Jerónimo, bueno, que ese tipo de recorrido lo hicieron Mr. Boss y Joseph. El primero haciendo una de las muchas actividades que le fascina y que le sale muy bien, fotografiar; el otro, pues alimentando su espíritu aventurero y de investigador, además, de hacer lo que le encanta, caminar. Por mi parte, decidí quedarme sentado en unos de los muros que limita con el mar de Portobelo; donde me deleité viendo lo transparente de las aguas y el paisaje pueblerino que había en el lugar.  

Era más de las 13 horas, el tiempo había pasado casi sin percatarnos y con el la hora del almuerzo. Kilómetros más allá, pasando una curva apareció el restaurante que nos acogería los minutos necesarios para calmar nuestras ganas de comer. El nombre no lo recuerdo. Era un local de dos plantas. De material noble (concreto y piedra) y con «decoraciones» playísticas (cañas y conchitas). Un señor limpiaba el frontis, mientras que una muchacha nos daba la bienvenida. Subimos al segundo nivel en una escalera de cemento con forma de ‘media luna’. Fuimos los únicos comenzales en todo el rato que estuvimos ahí. Después de que la muchacha nos alcanzara la lista de platillos que se preparaban en ese comedor.

Mis dos compañeros pidieron para almorzar Corvina, ambos platos con papas. Yo pedí Ceviche, que en Panamá lo sirven en copa y lo suelen comer acompañado de galleta de soda (algo que me sorprendió). Bueno, que en ese momento pedí dos copas, porque una no me bastó. Con lo rico que estaba, con un sabor muy parecido a cómo lo preparan en mi país (Perú).  

Ciudad de Panamá: Fortalezas, playas y malecón

TERCER DÍA:

Fuerte de San Jerónimo y la Aduana. Portobelo-Panamá.

Quizá no hubiera sido conveniente, en ese momento, visitar la isla -es lo que pienso ahora-, pero en el instante en que Mr. Boss decidió que no lo haríamos me sentí algo desilusionado, pues no quería alejarme de la costa sin antes pisar una.

Seguíamos, casi sin rumbo, recorriendo la carretera transítsmica en busca de un pedazo de playa. Durante el trayecto me enteré que en Portobelo tiene un santo moreno (muy parecido al Señor de Ayabaca de mi país), que había sido un puerto importantísimo en la época colonial y que, por desgracia, no se le presta la atención que necesita para lograr un desarrollo (en lo turístico).

«Por aquí se puede bajar (a la playa)» -dijo Boss. Ni a Joseph, ni a mi nos pareció tan apropiado. Avanzamos un poco más. Tanto que pasamos una especie de letrero que daba la bienvenida al pueblo. Retrocedimos. Ingresamos a las calles. Pasamos un colegio y encontramos, si bien no era tan perfecta, una entrada que permitiría no perder de vista al carro y poder darnos un champuzón en las aguas caribeñas -bueno que el chapuzón nos los daríamos Mr. Boss y yo-.

Palmeras muy cerquita al mar, arena blanca, un mar esmeralda… ¿Era el Caribe? Pues si, todo, absolutamente todo, era un paisaje de postal. La playa en la que estuvimos era de arena gruesa, una entrada hacia el mar algo accidentada (con huecos), el agua con una temperatura perfecta, un sol radiante, todo el sitio era para mi.

Luego de remojarme un poco en el mar me senté en la orilla a contemplar las olas y esa agua que con el pasar del rato se mezclaba con el cielo. Por su parte, Mr. Boss andaba por ahí haciendo fotografías. Y Joseph, que no se decidió a bañarse, grababa en vídeo la experiencia.

De ese pedazo de playa pasamos al Fuerte de San Jerónimo. Llegamos allí buscando un lugar donde comer. No hallamos un restaurante pero si un edificio que durante la Colonia era conocido (hasta hoy) como La Aduana, y es que era el punto adonde llegaba el oro desde Perú para ser trasladado luego a España. Hoy la casa se ha convertido en un museo de sitio en cuya entrada se puede observar un cañón de batalla.

Entramos a pedir información y después recorrimos la muralla. La fortaleza de San Jerónimo está mucho mejor conservado que la de Santiago. Además que es mucho más grande, ésta mantiene aún los cañones (aunque un poco oxidados) que en el pasado protegieron muy bien la ciudad de los piratas.

Ciudad de Panamá: Fortalezas, playas y malecón

TERCER DÍA:

Muelle Portobelo, Panamá.

Si en la intemperie era sofocante estar, el interior del carro era aún más, y es que se había convertido en un horno móvil. Ello por un rato, pues solo bastó encenderlo para que, aparte de ponerle en marcha, se activara el aire acondicionado. Tomamos nuevamente la carretera de la avenida Transítsmica, luego que nuestro deseo de querer pasar a la isla quedara truncado, ya que al salir de la fortaleza no había ningún hombre que nos llevara hasta allí.

Ir rumbo a una playa era nuestra intención. Ni Joseph, ni Mr. Boss, mucho menos yo, sabia a qué playa iríamos -situación que más adelante se repetiría- pero a alguna tendríamos que llegar. Avanzamos unos kilómetros más, mientras oíamos música y de cuando en vez conversábamos, hasta que de pronto Boss medio frena.

¿Qué pasó? -me autopregunté. Levanté la mirada y obtuve la respuesta. Al observar por la ventana del lado izquierdo pude darme cuenta que se trataba de un sepelio. Varios autos estacionados a los lados de la pista. Personas vestidas de negro -varias de ellas llorando- acudían a uno de los tantos cementerios que se pueden ver en algunos tramos de las carreteras panameñas.

Luego de dejar atrás el momento llegamos a una especie de muelle. Frente a él se encontraba una isla muy conocida -para variar no recuerdo el nombre en este momento- que cada fin de semana es visitada por miles de panameños para disfrutar de sus playas. «Ahora sí -me dije- Ahora sí iré por primera vez a una isla». No fue así. Nos montamos nuevamente en el carro y otra vez íbamos en busca de un pedazo de playa.

Ciudad de Panamá: Fortalezas, playas y malecón

TERCER DÍA:

Fortaleza de Santiago, Panamá.

Mr. Boss salió de la autopista y tomó el camino que nos llevaría directamente a Portobelo. Kilómetros más allá el paisaje cambio. Ahora ya se podría ver el mar, varias palmeras y algunas islas. Sin duda, estábamos ya en la costa atlántica de Ciudad de Panamá.

Según el libro-guía el primer atractivo que se podía visitar era la Fortaleza de Santiago -construcción que se puede recorrer en poco tiempo y está muy bien conservada, aunque un tanto descuidada en su interior, pues varias de sus paredes están grafitadas y personas las utilizan como baño; además, que arrojan desperdicios, tales como latas y papeles-.

Una vez que Boss estacionó el carro, pasamos de lo fresco que íbamos los tres dentro del vehículo al sofocante calor de la intemperie. Ya abajo se nos acercó un moreno, que nos ofrecía a pasar a un restaurante cercano para degustar algo y si nos animábamos a visitar una de las islas que estaban frente al lugar. 

Pese a que habían algunos automóviles más estacionados, éramos los únicos que recorrían en ese momento la edificación de piedra. Atravesamos un portal con marco redondeado, un letrero a la entrada nos brindaba la información necesaria (fechas y la función que cumplió en sus mejores épocas la fortaleza). El recorrido fue algo breve. Una especie de jardín abandonado se encontraba después del umbral. Subimos por una rampa, llegamos hasta los recuadros en donde se supone estuvieron colocados alguna vez cañones de batalla. Nos tomamos algunas fotografías para el recuerdo. Descendimos y dimos un paseo aún más breve por el interior.

Al poco rato empezamos a oír voces. Era una pareja con un taxista que hacía las veces de guía turístico. Tres personas que no sé, ni sabré si decidieron recorrer la Fortaleza de Santiago.

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TERCER DÍA:

Camino a Portobelo

La salida de aquel primer paseo fuera de Ciudad de Panamá fue un tanto lioso, sobretodo porque el GPS no señalaba la ruta adecuada a seguir, pero ni bien Mr. Boss dominó el camino todo marcho sobre ruedas.

Durante el camino Joseph sugirió que podíamos oír la música que contenía el Mp3 que mi hermano me había prestado para no aburrirme durante las cinco horas que estaría suspendido en el aire rumbo a Panamá. «Debe tener música que solo le gusta a él. Mejor pon…» -dijo Boss. Silencio y seguimos.

La carretera a Portobelo tiene forma de serpentina, con subidas y bajadas, con curvas de derecha a izquierda y viceversa. Sin embargo, permite al viajero deleitarse con unos paisajes de ensueño (aún más cuando se aproxima a ese mar color esmeralda). 

Con la música de fondo y de vez en cuando una esporádica conversa de mi parte pasó el tiempo y cada vez más nos parecía que nuestro destino (Portobelo) no aparecía nunca. El momento me recordaba a las primeras vacaciones que compartí junto a ellos (allá por el 2010), pero esta vez habían muchas diferencias, por ejemplo, ya existía más confianza, el aprecio de ellos hacia mi y de mi para con los dos estaba aún más fortalecido y, bueno, ya no me parecía que discutían cuando hablaban entre sí.

Joseph había llevado la guía  de viaje y de cuando en cuando le daba un vistazo al mapa para ubicarnos en el rumbo: «Ya falta nada», «vete por aquí», entre otras frases se le podían oír. Yo tomé el libro algunas veces, y otras leía en voz alta lo que era muy posible que viéramos. 

Ciudad de Panamá: Fortalezas, playas y malecón

TERCER DÍA:

Fachada del hotel Centroamericano -Ciudad de Panamá.

Sé que Mr. Boss se encargó de hacer el itinerario del viaje (y es que la pasa bien haciéndolo). Sé también que él prefiere mil veces el campo que la playa. No sé, ni me enteraré nunca, cuánto tuvo que ver Joseph para que se incluyera la visita, de al menos, dos lugares costeros.

Esa tercera mañana nos despertamos un tanto más temprano -porque entre el desayuno, el tiempo para asearnos, el ‘arreglar’ las cosas para el paseo y el tener que echarle algo de combustible al carro sí que nos iba a llevar algo de tiempo-. Bien, salimos los tres del hotel. No recuerdo por qué no entré a la cochera junto a mis dos amigos, pero para cuando tenía intención de entrar, ésta (la cochera) ya estaba cerrada. A un aviso de alguno de los dos me regresé a recepción a pedirle a la señora encargada en ese momento de la atención que abriera el portón. -Ah! Ya recordé, es que en no salí junto a ellos del hotel, que salí después de entregar las llaves de la habitación a la recepcionista.

Como era costumbre, Mr. Boss iba al volante del carro, Joseph a su lado y yo (por decisión propia) atrás. El vehículo fue sacado de la cochera, Boss estacionó un rato para que yo pudiera subir, programó el aparato GPS para que nos indique el camino hacia un grifo (estación de combustibles) y así partimos.

Era la primera vez que yo «viajaba» guiado por un aparatito de esos. No me fiaba mucho pero me despreocupé porque según me comentaron mis dos compañeros es muy útil… ¡En fin!

Para entonces, tanto Joseph como yo, empezábamos a ser testigos de las interminables discusiones y colerines de Mr. Boss para con el GPS. El problema no era el aparato tecnológico, sino el contenido, es decir el mapa del Panamá que nos vendieron no estaba tan bien hecho (sobretodo en nuestros desplazamientos por el interior del país). Hasta ese momento la situación me causaba un poco de gracia y dejaba a un lado la preocupación, pues confiaba en la habilidad y astucia del conductor. Demoramos en encontrar una estación, pero no nos incomodaba mucho porque el día recién iniciaba.

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TERCER DÍA:

 

En mi país (Perú) hay una pregunta que suele hacerse cuando alguien se ‘olvida’ de saludar por la mañana: «¿Hemos dormido juntos?», pues se considera que si dos personas no han compartido habitación es de ‘buena’ educación dar los «buenos días». Y bajo ese ‘concepto’ es que no saludaba a Joseph, ni a Mr. Boss, porque ya eran dos días que dormía en la misma recámara de ellos dos.

Hasta ese momento no había pensado en que mi falta de saludo al despertar le incomodaba de alguna manera a uno de mis dos compañeros de viaje. Mucho menos había ‘captado’ esos «buenos días» que me solía dar Mr. Boss en un tono peculiar, pues era él a quien le incomodaba. Empezaba así la primera actitud mía que le fastidiaría un poco durante los días que estuvimos los tres juntos.

Tal vez me faltó explicar a Mr. Boss respecto a la interrogante que solemos hacernos los peruanos ante la falta de un saludo mañanero, y decirle también que cuando me despierto en la mañana no llevo los lentes puestos y que sin ellos no puedo saber quien está y quien no. Y que puedo oír el ruido que hace la persona presente y puedo saludar sin ningún problema a su sombra con poca probabilidad de poder  confirmar que es ella.

Como dije ese ‘detalle’ era el primero de tres, del segundo me enteraría días después en Boca Chica, y el tercero en el último día que estuve con ellos en Panamá.

Ciudad de Panamá: Canal, Calzada y hotel

SEGUNDO DÍA:

Computadoras en Hotel Centroaméricano.

El regreso al hotel desde el parque Urraca esta vez estaría a mi cargo, pues sería yo el responsable de guiar a Joseph y a Mr. Boss -éste último dudando un poco de mi capacidad de retención de lugares, fugaz pero muy buena en ocasiones-. El tiempo de caminata fue menor, pero igual de cansado.

Llegamos, subimos a la habitación y cada quien tenía el tiempo para hacer lo que quisiera hasta la hora de la cena -ya que los planes por aquel día se habían acabado-.  

En ese momento tenía ganas de ver televisión y así reposar un rato echado en la cama, pero decidí bajar al cuarto donde estaban las computadores con acceso a la Internet del hospedaje. Mr. Boss había decidido siestar un rato, por su parte Joseph bajó también para revisar su correo electrónico y leer un poco las noticias online.  

El tiempo navegando en la red se pasó rápido y de esa manera llegó el momento de cenar. 

Ciudad de Panamá: Canal, Calzada y hotel

SEGUNDO DÍA:

Calzada Amador – Ciudad de Panamá

 No me enteré hasta después de un rato, ya en el hotel, que Joseph si que la pasó bien en la visita que habíamos hecho al Canal de Panamá. Y pensándolo bien, no estuvo tan mal. Fue la segunda vez que visité un atractivo mundial y qué mejor compañía que mis dos amigos.

Pero del Canal no pasamos directo al hotel. Que antes estuvimos en la Calzada de Amador. Un apacible lugar en donde se puede realizar un paseo en lancha y recorrer de esa manera el mar del Panamá, almorzar a la intemperie y comprar algún recuerdo del país en el Centro Comercial del lugar (que por cierto está libre de impuesto). Aquel día pasamos casi toda la mañana y parte de la tarde en la Calzada.

Restaurante en Calzada de Amador – Ciudad de Panamá

Menos mal que el bus no tardó demasiado en llegar y en poco tiempo ya estábamos dando un paseo, primero, por las tiendas. La primera y a la única que entramos estaba muy cerca a la puerta que daba acceso a una terraza, con mesas y sillas -quizá de algún restaurante-, que colindaba con el mar. Estuvimos cierto rato ahí, pues realizamos algunas compras y después salimos, pero volvimos a entrar porque el sol literalmente nos ‘achicharraba’.

Luego de ver las vitrinas de las demás tiendas decidimos que era el momento de almorzar. Bueno, que ya el hambre se hacía notar y las fuerzas nos abandonaban. Caminamos un tanto hasta llegar a una especie de taberna en donde comimos. Antes de llegar pasamos por una templo y por un estacionamiento de yates y pequeños barcos. El nombre del comedor no recuerdo cual era, pero si recuerdo que las mesas estaban puestas sobre un muelle (quizá antes usado por pobladores del lugar) y todo el rato tuvimos la compañía de algunas aves marinas.

Los tres coincidimos en el platillo que iba a comer, pues cada uno pidió pescado. En lo que si no hubo coincidencia fue en las bebidas, que tanto Mr. Boss como Joseph pidieron para sí una cerveza y yo, pues yo un jugo de maracuyá.

Fue así que, entre comida y conversa se pasó el tiempo, llegó el momento de regresar ya para el hotel. Pues el paseo de ese segundo día nos había agotado un tanto y era momento de descansar. Además que ya se habían ‘agotado’ los lugares más interesantes que ofrecía el tour del bus rojo.

Ciudad de Panamá: Canal, Calzada y hotel

SEGUNDO DÍA:

En realidad no se nos pasó el tiempo sin darnos cuenta, en verdad se nos hizo un tanto más lento. Quizá fue porque los tres teníamos una misma perspectiva (de que el Canal de Panamá era algo mucho más impresionante) pero resultó ser algo muy soso y poco extraordinario -aunque no voy a negar que como tema para reportaje es muy interesante y, bueno, también para los ingenieros… y es que el canal es una verdadera joya de la ingeniería naval-.

Estación de turistas del Canal de Panamá.

Lo más probable es que  le parezca a muchos un  «ignorante» al no haber disfrutado como debí hacerlo, pero es que terminé un tanto decepcionado, seguro porque mi imaginación voló más de lo que debió.

Luego de esperar a que Joseph saliera de los servicios higiénicos decidimos que nuestra visita había terminado. Esta vez bajamos por las escaleras. Mr. Boss como siempre llevando la delantera, mientras que Joseph y yo casi llevábamos paso de procesión, y es que a mi compañero le era un tanto doloroso descender los escalones por un problema con sus rodillas.

Tienda de recuerdos del Canal de Panamá.

4, 3, 2… y llegamos al primer piso. Antes de salir del todo entramos a la tienda de recuerdos. No era muy grande y habían adornos muy, pero muy bonitos (aunque un poco caros).

Salimos con apuro y buscamos a la muchacha encargada del bus rojo. Ya habíamos emprendido el descenso para la carretera principal, pero la chica nos detuvo y nos dijo que sería mejor que esperáramos ahí mismo. Yo busco un sitio donde sentarme, pues me encontraba algo cansado (ya me empezaban a doler las piernas). En poco tiempo estábamos ya en la Calzada de Amador…

Ciudad de Panamá: Canal, Calzada y hotel

SEGUNDO DÍA:  

Canal de Panamá.

Subimos unas gradas más para llegar a las boleterias. Mr. Boss se encargó de comprar las entradas. Cinco Balboas (o Dólares) fue el costo. Nos volvimos a juntar, pues no tuvo que esperar mucho ya que no había mucha gente comprando.

En fila pasamos primero por un arco detector de metales, luego, la revisión de las mochilas -hasta ese instante todo había pasado muy rápido.

¿Qué camino tomar? No era tan difícil de obtener la respuesta, pues solo bastaba seguir a las personas. Fue así que entramos a la estación. Menuda impresión tuve al ver tanta gente que entraba y salía del local por las dos puertas de vidrio que daban a una especie de salón -de esa manera descubrí cuánta gente puede visitar a diario el Canal de Panamá.

La sala, de dimensiones gigantescas  presentaba en sus paredes distintas imágenes tales como la estructura del canal, mapas, aves y las señales de seguridad en caso de alguna urgencia. En el ‘fondo’ dos juegos de muebles para que los turistas descansen. Al lado derecho salones de exposiciones; al izquierdo estaba la pequeña cinema y los ascensores (y junto a estos las escaleras y los baños). También, muy cerca al portal, se encontraba la tienda de los recuerdos.

Caminamos directo a los elevadores. Al cuarto piso. El mismo que era el balcón «preferencial» para observar el funcionamiento del canal (cómo es que pasa una embarcación de un nivel a otro de mar). Y en el proceso de las esclusas se nos pasó el tiempo casi sin darnos cuenta.

Ciudad de Panamá: Canal, Calzada y hotel

SEGUNDO DÍA:

Aunque la hora pactada para despertar y prepararnos para el paseo del jueves era las 7 de la mañana. Mr.Boss se despertó una hora antes. Le seguimos Joseph y yo, respectivamente. Entre que nos duchamos y alistamos para bajar a desayunar nos dieron poco más de las 8.  

Esa mañana los tres cambiamos de opción para comer. Yo pedí huevos fritos en vez de los hervidos, dos pedazos de tocino y el resto era igual; el mismo pedido lo hizo Joseph (y es que no quería esperar el tiempo que le tocó por los panqueques); Por su parte, Mr. Boss desayunó lo mismo que yo pedí la mañana anterior. Y para variar tampoco terminé de comer todo.

Luego del desayuno, subimos a la habitación, nos aseamos y tomamos las cosas que utilizaríamos en la excursión. Cámaras, gorras, botella con agua, entre otras cosas, era más que suficiente para pasarla bien… porque ese día prometía mucho.

El calor, quizá era el mismo que el miércoles, pero poco a poco nos afectaba menos. Así, con el sofoco, caminamos hasta el Parque Urraca -lugar donde esperaríamos al bus rojo que nos llevó hasta nuestro destino: el Canal de Panamá.

No recuerdo cuánto tiempo esperamos a que llegara el vehículo. Pero si recuerdo que en ese momento decidí quedarme en la parte inferior (primer nivel), aparentemente también lo tenía decidido así Joseph pero ni bien arrancó el ómnibus subió para ir con Mr. Boss (ambos fueron al ‘aire libre’, mientras que abajo funcionaba el aire acondicionado).

Interior de bus

Interior de bus

Durante el trayecto, luego de oír una conversa informativa entre un turista – que tenía pinta de italiano- y el chófer -de contextura gruesa y de piel oscura- sobre cómo llegar hasta la zona de Colón, me puse los audífonos para entretenerme con música. Vaya, había tanta música como pasajeros en ese momento, es decir la necesaria como para amenizar la narración de un locutor que dictaba datos sobre los lugares por los que pasábamos y del lugar de su próxima parada.

El primer paradero en el que se detuvo fue en el Centro Comercial Albrook, en la estación Koala. En ese lugar bajó el turista preguntón, quien durante todo el viaje estuvo al lado del conductor de bus. Así mismo subió un tanto de gente más para el segundo nivel. Yo seguí abajo, casi frente a frente de una pareja de señores que iban muy entretenidos en su charla. Tomé algunas fotografías de lo que llamaba mi atención.

La segunda parada del bus sería, sin prisas,  la estación de Miraflores. Digo sin prisas porque aquella mañana no nos encontramos con tremendo atasco en el peaje del Corredor de la tarde anterior.

Entrada de la estación Miraflores -Canal de Panamá.

Ciudad de Panamá: Parques, avenidas y mar

PRIMER DÍA:

Corredor Norte

El atasco en el peaje del Corredor tenía forma de embudo. Cuatro filas de carros se habían formado. Automóviles de distintas formas, tamaños y colores se enfrentaban entre sí por llegar hasta la garita y librarse de esa manera de embotellamiento.  El calor se hacía tan visible como nuestras (la de los pasajeros) ganas de querer pasar rápido el momento. 

paso lento llegamos hasta la ventanilla. El chófer pagó la tarifa y de ahí hasta la estación de Miraflores no tardamos nada (hasta ese momento no me enteraba que esa estación guardaba relación directa con el Canal de Panamá y… no me enteraría hasta el día siguiente). El vehículo se detuvo frente a una especie de paradero que estaba ‘conectado’ a un sinfín de escalinatas  que conducían hasta las boleterías del lugar.

El ómnibus dio una vuelta de media luna y volvió a detenerse casi a mitad de las escaleras. Subieron algunos pasajeros. Siguió la ruta hasta llegar hasta un lugar conocido como la Calzada de Amador, tres islas unidas entre sí y con la costa de Ciudad de Panamá con la tierra que se extrajo en la construcción del canal.

Avanzamos por un camino opticamente estrecho y largo. El bus se detuvo frente a un centro comercial. Tampoco bajamos porque el tiempo no era nuestro aliado en ese instante. Subieron más pasajeros.  Por un lado mar, por el otro también, enmedio la carretera y a un lado de ésta un camino de acera y palmeras que muy gustosamente se puede recorrer cuando cae el sol. Seguimos hasta llegar a otro centro comercial que lleva por nombre Multicentro, que era la última parada del autobús   

Calzada de Amador

En el Multicentro dimos algunas vueltas, bueno, que en realidad buscábamos un lugar donde podíamos beber algo y comer algún postre . Fue así que avanzamos poco más allá de las escaleras eléctricas del primer nivel y encontramos un módulo ubicado en medio del pasillo con algunas mesitas y sillas que simulaban ser de madera, pero que en realidad eran metálicas. Nos acercamos al mostrador de bocaditos, cada quien eligió lo que le provocaba comer y nos sentamos.

Mr. Boss se encargó de hacer el pedido en la caja del mini restaurante. Joseph y yo permanecimos sentados. Joseph acudió al llamado de Mr. Boss. Yo seguí sentado. Al rato se aproximan ambos para decir que lo que queríamos no había en ese momento. Subimos hasta el segundo nivel y encontramos un sitio en donde pudimos saciar nuestras ganas de comer y beber algo.

Regresamos al hotel casi de noche. Subimos a la habitación. Esperamos a que fueran las 20 horas para cenar. Bajamos poco antes de esa hora y cenamos. Volvimos a subir. Nos aseamos y ¡a dormir! Bueno, ellos dos porque yo me quedé un rato viendo televisión.

Ciudad de Panamá: Parques, avenidas y mar

PRIMER DÍA:

Creo que fue Mr. Boss, o quizá Joseph, quien se detuvo a leer la pizarra con los platillos del día puesta en la entrada del restaurante en el que almorzamos. El menú costó 8 balboas (o dólares -tienen casi el mismo valor) consistía en entrada, que era sopa; dos opciones de segundo plato,  bistec picado y pastas; y el refresco. Nada mal el sitio.

Con un airecillo de ambiente italiano. El restaurante estaba ubicado en una esquina frente a la Plaza central del Casco antiguo de Ciudad de Panamá. El comedor no era muy grande, habrían más o menos siete mesas con cuatro sillas cada una. Manteles blancos cubiertos con un cuadrado azul en medio y servilletas del mismo color que el mantel. Lo que más llamó mi atención fue la forma de los aros servilleteros, pues era de un tenedor enrollado a la medida.

Elegimos una mesa muy cerca a la barra de atención, tal vez pensamos que de esa forma nos atenderían más rápido. No éramos los únicos. Atrás mío había un señor almorzando ya y a espaldas de Joseph había cuatro muchachos (dos de ellos con rasgos asiáticos). Luego, llegaría una señora a comprar una pizza familiar, antes de ésta una pareja con un perro (los mismos que no se quedaron porque no se aceptaban mascotas).

Se acercó el mozo trayendo consigo la carta de platos. Mr. Boss no sabía cómo decir que estábamos ahí tan solo por el menú; creo que pasaba lo mismo con Joseph; así que me atreví a decirle al mesero que nosotros queríamos solo cualquiera de los dos platillos del día. Luego del pedido, y mientras esperábamos a que nos sirvieran, nos trajeron ‘palitos de ajo’ (para algunos pan) y de pronto entró un hombre, de mediana edad que parecía llevar prisa, y el mismo que a Mr. Boss le pareció era un personaje público (probablemente de farándula) de su país.

Comimos y empezamos la marcha de regreso. El calor estaba en su máximo esplendor. Con el bochorno encima llegamos hasta el lugar en donde el bus rojo nos dejó. Nos acercamos a Rosalva (la morena que nos había vendido los tickets). La intención de mis compañeros era solo de preguntar por la hora en la que llegaría el vehículo, pero yo cambié los planes, pues que mi espíritu de periodista resplandeció y empecé a lanzarle preguntas que ella muy educadamente respondía.

La charla se puso amena, cada quien daba una opinión, pero el sol nos consumía a los cuatro. Rosalva, muy despierta ella, nos propuso ir hasta el lugar que de alguna manera le aliviaba el calor. Por mi parte imaginé sería alguna sombra dada por un frondoso árbol. Erré. Si, fue un árbol, pero un árbol en proceso de crecimiento. Un arbolito que apenas podía acogernos. La charla siguió hasta que llegó el bus.  

Era poco más de las 15 horas. Ya un tanto tarde para visitar el Canal de Panamá, y es que los buses de turistas llegan hasta ahí hasta las 17:30. Y como perdimos tiempo en el atasco vehicular que se originó en una de las garitas del peaje del Corredor norte pasamos la tarde dando vueltas por la ciudad y nos quedamos sentados hasta poco más de las 18 horas.

Ciudad de Panamá: Parques, avenidas y mar

PRIMER DÍA:

No demoramos mucho en encontrar el taxi y en poco tiempo ya estábamos en el cuarto de hotel. Lugar en donde tampoco tardamos, pues Mr. Boss solo debía cambiarse de calzado. Con las mismas salimos y continuamos con la travesía por Ciudad de Panamá.

Es así que luego de hacer la caminata cerca al mar en la avenida Balboa pasamos nuevamente para el lado de las edificaciones. Hasta ese momento yo no ponía en marcha mi retentiva de ubicación, aunque sí me había quedado con el edificio ubicado en el cruce de las avenidas Ecuador y Balboa. Era el Ann Sullivan. El mismo que sirvió para tomar el camino correcto para retornar al hospedaje.

Parque Urraca – Ciudad de Panamá.

En ese lugar me enteré que el plan de aquel día era visitar el canal de Panamá (que se postergó) y la Casco antiguo de la ciudad (Panamá vieja). Para eso debíamos esperar a un bus turístico que nos llevaría hasta esos lugares, y algunos lugares más.

Nos plantamos en una parte de la acera en donde había un letrero de parada de autobús. Nada. Pasaba el tiempo y no se asomaba ni uno solo. Mr. Boss se decidió a preguntar a algunas personas que se encontraban en la zona. Vimos que se aproxima un vehículo rojo, de dos niveles (la parte inferior cerrada con vidrios y con aire acondicionado, la parte superior al aire libre, asientos a la derecha e izquierda de a dos y cubiertos con un techo de calamina color amarilla. Presurosos nos dirigimos hasta el.

Era de la línea de buses turísticos que queríamos tomar pero no iba al destino que ya Mr. Boss había decidido. Iríamos primero al casco antiguo y luego al canal. Nos tocó esperar un tanto de tiempo más y por fin llegó el ómnibus que nos llevaría hasta allí.  Al subir nos entregaron un triplico con un mapa de los recorridos que sigue y unos audífonos (estos si nos dieron uno para uno de nosotros).

En un abrir y cerrar de ojos ya estábamos en la Panamá vieja. Ahí veríamos por primera vez a Rosalva, una morena que trabajaba para la empresa de buses turísticos. No intercambiamos más que el precio, por su parte, y los billetes, por parte de nosotros. Nos entregó los tickets y con ellos los derechos a montarnos en el bus las veces que queramos por dos días, además de un recorrido nocturno que brindan (el cual no tomamos).

Catedral y plaza central del casco antiguo de Ciudad de Panamá.

Salimos de la frescura del aire acondicionado del interior del vehículo al sofocante calor panameño. Bien, así empezaba el recorrido por lo que alguna vez fue la capital. Las pistas en ese lugar son mucho más estrechas que la de la ciudad nueva de Panamá. En estos meses se encuentra en plenos trabajos de reconstrucción y mantenimiento de los edificios clásicos. Se puede recorrer sin mayores sobresaltos, hay restaurantes (un poco caros pero cuentan con los servicios necesarios). En el casco antiguo quedan muy pocos vecinos, según nos comentaron el sitio ya no está destinado para familias sino para que sea un atractivo turísticos (Hoteles, más restaurantes, entre otras cosas).

Caminamos por algunas manzanas, la mayoría de ellas sin habitar. No teníamos un camino fijo a seguir porque varios tramos estaban «cerrados» porque habían hombres trabajando en la renovación de los edificios. Conocimos la Plaza Francia, una especie de alameda con varios puestos de artesanos. Paseamos por el malecón en donde increíblemente se nos acercó un señor y acertó con nuestras nacionalidades (sobretodo con la de Joseph y Mr. Boss que ya se les había confundido con americanos). Al parecer este señor, un moreno alto que parecía trabajar en el lugar, tenía muchas ganas de recordarnos la historia, sobretodo de la relación entre las antiguas naciones (Perú, España y Panamá). Menudo rollo nos lanzó, así que muy cortésmente Joseph le dio fin -por lo menos hasta ese momento porque más adelante nos aparecería otra vez-.

Andando y andando nos llegó la hora del almuerzo. Yo un tanto nervioso porque hasta ese momento mi única cercanía con la gastronomía panameña había sido por fotografías en Internet y la verdad no me había convencido mucho. El encontrar un restaurante que se adecue a nosotros nos tomó cierto tiempo.  

Seguimos caminando, observando a la vez los letreros del «menú del día».  De ese modo llegamos nuevamente hasta la plaza central…

Ciudad de Panamá: Parques, avenidas y mar

PRIMER DÍA:

El paseo por la faja costera de Ciudad de Panamá no fue el primero que hicimos. Antes, una hora y media más o menos, habíamos andado por algunas avenidas de la capital panameña. Fue más o menos corto porque tuvimos que regresar por un percance que tuvo Mr. Boss al caminar.

El destino no lo tenía yo muy claro, solo seguía a mis dos compañeros de viaje en lo que era la primera caminata en el país centroamericano. Fue así que salimos del hotel en dirección a la avenida Balboa, no llegamos a ella, doblamos a la primera esquina de la cuadra, anduvimos dos manzanas y tomamos en camino de la derecha hasta llegar a un camino cerrado por obras.

No recuerdo exactamente cómo es que llegamos hasta una calle de la cual resaltaba una iglesia blanca, una  muy blanca, de la cual no recuerdo el nombre, pero que tenía en la parte superior de ésta una figura en piedra de una virgen (quizá de la ‘del Carmen’ o ‘de la puerta’… ¡qué más da!) y de la cual, si mal no recuerdo,  Joseph hizo algunas tomas de vídeo.

Después de habernos detenido un rato para contemplar el edificio religioso seguimos con nuestro andar. Fue así que pasamos pistas a doble vía, calles con tramos de veredas en mal estado y por los rascacielos… sin duda estábamos en el centro financiero de la ciudad.  

Caminando y caminando llegamos hasta una zona donde debimos evitar no pisar uno de los tantos charcos formados tal vez por una llovizna que cayó la noche anterior (aunque me pareció ser de algún desagüe en mal estado). De lo moderno, casi elegante, de la zona financiera habíamos pasado a la comercial, era así la Vía España.

Y no fue hasta llegar a una tienda de artefactos electrónicos que me enteré que Joseph y Mr. Boss andaban en busca de un GPS que tuviera el mapa del Panamá para así poder ubicarse de manera más rápida al conducir. Pero antes de entrar a la tienda tuvimos que subir a un puente peatonal bastante descuidado, era de color amarillo, muy ancho pero de escaleras estrechas que conectaba ambas aceras de la avenida España.

Me distraje un rato observando la vitrina de la tienda. Mis compañeros ya estaban adentro preguntando por el aparato GPS. Salió Joseph para verme. Lo observé y entré. Mientras ellos andaban en la compra, yo seguía viendo los productos en exhibición.

Finalmente se hizo la adquisición del GPS (aparato que luego hiciera renegar a Mr. Boss al manejar por el interior del país). Salimos. Comentarios iban y venían. La intención era regresar caminando al hotel para dejarlo y volver a salir a tomar el ‘bus rojo’. Plan de regreso que, felizmente, no se hizo realidad (pues yo no podía dar un paso más, que después de mucho tiempo había vuelto a andar distancias tan extensas como son las calles de una ciudad capital) y tuvimos que buscar un taxi que nos llevara con urgencia hasta nuestro lugar de destino.

Minutos antes, íbamos por una de las calles, Joseph primero, le seguía a duras penas yo, y detrás venía Mr. Boss. De pronto, éste último, casi abruptamente nos hizo detener. «¿Qué pasó?» -preguntó Joseph. Respuesta que recibiría directamente viendo lo que pasaba. No era más que la suela de una de las sandalias de Mr. Boss había terminado derrotada (aún más que yo) por el presuroso caminar.

Ciudad de Panamá: Parques, avenidas y mar

PRIMER DÍA:

Tomamos cada quien una cámara para fotografiar. Por mi parte no había llevado una porque la que solía usar era de uso familiar y está dañada de la «tapita» que asegura las baterías  bueno, la cosa es que mis compañeros habían llevado una extra para prestármela. Por la parte de Joseph, tomó su mochila, en donde llevaba las gorras, la guía del país, una botella con agua y la cámara de video, aparte de la de fotos.  Y Mr. Boss, pues que simplemente salió, claro, con su cámara ‘pegada’ a la correa.

Que Mr. Boss es un tanto presuroso, sin embargo tiene un aire de ser calmado. Y si, siempre anda con prisas para algunas cosas (como el desayunar, el conducir, el despertarse temprano, entre otras cosas); pero cuenta con mucha calma para otras, como para cuando es momento de tomar una fotografía (y es que es algo detallista al momento de cuadrar una imagen) o para cuando explica algo (el cómo ‘funciona’ un programa de edición de imágenes o cómo mejorar el estilo para hacer fotos). Yo diría que es único en su especie, pues que me tuvo mucha paciencia para cuando le hacía yo fotos de muy mal gusto (aunque no haya tenido yo mala intención al hacerlas) o para cuando no ‘avanzaba’ con la comida. Ah y un tanto despistado también lo es, tan o más que yo que siempre ando perdiendo objetos.

Joseph era de los tres el más cauteloso. Que si Mr. Boss necesitaba algo ya lo tenía Joseph para dárselo. Que si  tenía yo sed, pues ya me convidaba del agua que llevaba. Un punto a su favor, que todo ello lo sacaba de su mochila… de aquel bolso que no quería soltar (aunque le empezara a doler el hombro) y que casi casi era una tienda a cuestas.

Salimos del hotel en dirección a la avenida Balboa, una vía que bordea un tramo de la costa de la ciudad capital del Panamá. El calor se hacía insoportable pero las ganas de recorrer el lugar y conocerlo nos hacía caminar sin desmayo. Anduvimos dos, o quizá tres, cuadras y ya podía yo percibir el olor a brisa marina (aunque Mr. Boss dijera que no era el característico olor a playa). Carros veloces iban de izquierda a derecha y viceversa en cuatro vías de asfalto. Subimos por el puente peatonal más cercano, una escalera de tipo caracolesco nos llevó a la cima, y ahí a pleno sol nos detuvimos a observar parte de la ciudad. Una foto por aquí, otra por allá, comentarios iban y venían y seguimos la marcha.

Pasamos  sin mayor demora al otro lado. Para el lado del mar. Un mar de aguas turbias que bordeaba una orilla de piedras y concreto. Un mar que a cierta distancia mostraba con timidez su belleza color azul cielo. Fue así que pasamos por admirables piletas, un parque recreacional (con plataforma para fútbol incluída), el club de yates de Ciudad de Panamá… y decimos volver para el lado de las edificaciones. 

Ciudad de Panamá: Parques, avenidas y mar

PRIMER DÍA:

No recuerdo exactamente que fue lo que me despertó aquella primera mañana. Por un lado, mi ‘adaptación’ a una ciudad que era nueva para mí, por el otro, la pregunta que le hiciera Mr. Boss a Joseph: «¿Se va a despertar ya?». En poco tiempo me encontré en la ducha, tratando de que el agua cayera con una temperatura agradable, nada, que perdí esa pequeña batalla, fue así que me duché con agua fresca (y es que con el calor que hacía por entonces en Ciudad de Panamá el ducharse con agua tibia realmente considero es un suicidio). Me vestí y salí del baño.

Creo que tardé más de lo debido, pues mis dos compañeros de habitación ya estaban esperándome para bajar a desayunar -No descubrí hasta ese momento que suelo demorar en ducharme- No atiné más que a sonreír y, claro, me apresuré en estar listo. Todavía éramos inconscientes del bochorno que nos esperaría a  poco tiempo.

Bajamos por el ascensor. No recuerdo si comentamos algo. Salimos y entramos al comedor del hotel. Mr. Boss se encargó en decidir la mesa. Uno a uno nos fuimos sentando.

  • -Buenos días -Nos dijo la mesera, una muchacha de edad madura, con lentes convencionales y con efecto ‘fotogray’, de piel clara y cabellos de un débil rubio que se hacía negro.
  • -Hola -Respondimos casi en coro.

Vaya, después del calor que había sentido al descender hasta el restaurante paso a sentir frío, pues nos habíamos ubicado frente a uno de los aparatos de aire acondicionado que había en el lugar. Pero que bien pude soportar y no morir casi congelado. Por mi parte fueron dos huevos duros (sancochados), dos tostadas, y ensalada de frutas; Mr. Boss huevos fritos, tocino, tostadas también ensalada de frutas; por su parte, Joseph, a quien le tocó esperar algo más por su desayuno, pidió pancakes, tostadas y ensalada de frutas. Los tres pedimos café con leche. desayunamos y subimos nuevamente al cuarto para recoger las cosas que necesitaríamos para dar el primer paseo en Ciudad de Panamá.

Todavía penumbras

El calor se hizo más para cuando salimos a la intemperie. Yo con la maleta y Joseph a mi lado. Mr. Boss se adelantó para encontrar el taxi que ya había ‘contratado’. Por cada pasajero habían 5 taxistas -fue mi perspectiva. Bien, fue así que tomó uno: automóvil blanco con cajuela para maletas en la parte trasera. La tarifa del aeropuerto al hotel (ubicado en la Avenida Ecuador) fue de 15 dólares.

El chofer, un moreno de mucho hablar, nos habló un poco de la situación del Panamá en la actualidad y de los últimos cambios que se habían hecho en la ciudad capital. Muy amable el señor pero creo que solo Mr. Boss fue la única persona que le prestó atención. Quizá Joseph también. Por mi parte no. Lo único que yo quería era llegar ya a la habitación, pues estaba demasiado cansado después de más de un día de viaje.

Era ya cerca de la 1 de la madrugada, el trayecto me parecía interminable y la noche me parecía mucho más oscura que una de mi país. Con Joseph intercambié algunas palabras (en realidad respondí a unas preguntas), pues íbamos sentados en los asientos de atrás, mientras que Mr. Boss iba al lado del taxista echándole conversa.

  • -¿Augustus te has fijado en los rascacielos? -me preguntó Mr. Boss.
  • -¿Rascacielos? -respondí con otra pregunta.
  • -Sí, mira -me dijo Joseph al mismo tiempo que me señalaba hacia la oscuridad más profunda que había visto en mi vida.
  • Ah, si… ¡Qué bonitos! -Afirmé sin ni siquiera haberlos ubicado en el espacio a la vez que realicé otra pregunta: ¿Qué tipo de personas los ocupan?
  • -Pues la gente con dinero -Responde Mr. Boss.

Creo que después de esa charla no dije más nada. Había decidido esforzarme tantito más para enterarme si llegaba a ver alguno de esos rascacielos que no los vería hasta horas más tarde. Esfuerzo en vano, todo me parecía muy oscuro hasta que llegamos a un trozo de ciudad y al fin alcanzaba a ver puentes peatonales, semáforos (los pocos que hay en Ciudad de Panamá) y más carros en marcha.

Durante todo el trayecto tuve la sensación que el taxi siguió un interminable camino recto, sin ningún desvío o cruce de peatones. No me enteré nunca cuán interminable fue ese recorrido, tal vez fue muy breve pero el agotamiento y las ganas de echarme en la cama me lo hicieron ver así.

Iba con Joseph y mis pensamientos hasta que de pronto noté que dobló una esquina, siguió dos cuadras más de casas y se detuvo. «Aquí estamos ya» -dijo el conductor del carro. Levanté la mirada y leí el nombre luminoso del hotel. Un edificio de 4 ó 5 pisos, con cochera y restaurante. Me bajé, tomé mi maleta. Mr. Boss se encargó de pagarle al señor.

Ingresé por un portal de vidrio; enmedio: una iluminación amarilla inundaba el ambiente; a la izquierda: una pequeña sala de visitas, un pasillo que llevaba hacía las computadoras, la lavandería y la oficina del gerente; una puerta de vidrio también que daba acceso al restaurante (en ese momento a oscuras); a la derecha: las escaleras, una pequeña oficina «al paso»  en donde se hacían las reservaciones para el carro y el ascensor.

Mr. Boss se acercó a la recepción para pedir las llaves de la habitación.  La recepción era un pequeño cuadrado con un computador, hojas, tres relojes con horas diferentes (la de Panamá, la de Italia y la de Estados Unidos), un señor que hacía las veces de el ‘botones’ y el recepcionista. Subimos por el ascensor, saqué la ropa pijama, «buenas noches por aquí, buenas noches por allá» y a ¡dormir! 

Reencuentro y… nada más

Era poco más de la medianoche en Ciudad de Panamá. El aterrizaje se dio sin sobresaltos. Mis ansías por salir del avión eran tan grandes como el deseo de volver a ver, esta vez personalmente a Joseph y a Mr. Boss, pero más grande aún era mi intriga por cuánto tiempo decidirían darme en migraciones de ese país.

Un boquerón de aire caliente me dio la primera bienvenida, luego vendría el trillado saludo de las aeromozas y personal del aeropuerto, para después pasar a formar la fila de los viajeros que deberíamos registrar nuestro ingreso a Panamá. No esperé mucho tiempo y finalmente pasé a una de las oficinas «al paso» de migraciones.Fue así que me atendió un funcionario. El hombre no pasaría de los 45 años, con un poco de sobrepeso, cabellos rizados (muy corto) y de piel morena (mucho más canela que la mía).  

  • -Hola, buenas noches -le dije mirándole fijamente a los ojos (ello para no demostrar que estaba muy nervioso).
  • -Buenas noches señor -fue lo único que me dijo.

Sin mencionar palabra alguna revisó mi pasaporte, leyó un tanto la hojita que me habían dado en el avión y estampó el sello. Sin decirme siquiera cuántos días me podía yo quedar en aquella nación centroamericana y que yo, por ser turista, contaba desde ese momento con un seguro que cubría los gastos de alguna enfermedad percibida durante mi estadía o algún accidente que tuviese.

Mientras las demás personas parecían tener prisa, yo caminaba lentamente, y es que tenía un tanto de nervios de volver a ver a mis dos amigos. Una tontería quizá si, pero fue lo que sentía en ese momento. A paso lento llegué hasta las fajas transportadoras del equipaje. Habíamos pocos esperando ya y nadie nos decía por cuál de todas las que habían en el lugar aparecerían nuestros equipajes.

Tuve suerte, mi maleta fue la tercera en salir. Una gris, casi metálica, con stickers redondos pegados en sitios estratégicos para que yo la pudiera reconocer y la tomara en cuanto la viese aparecer. La tomé y caminé siguiendo a las personas, pues creía que ellas me dirigirían hasta la salida.

Sin darme cuenta me encontraba frente a un montón de personas. Unos con cartelitos blancos con nombres de personas, otras abrazándose y yo mirando tímidamente (me decía a mi mismo no veo a ninguno y ahora qué).

Y nada, fue tan espontaneo como aquel beso que me sorprendió la primera vez que vi en persona a Joseph, y al fin lo ubiqué -o creo que él me vió primero, o tal vez fue Mr. Boss-. Acompañando a la tranquilidad por haberles encontrado estaba ahí, revoloteando dentro de mí, la alegría de volverlos a ver.

Un casi tenue y fugaz saludo a Mr. Boss. Él, llevando prisa y contándome que no había llevado el carro por una razón que no recuerdo, lo veía tan igual como la última vez que nos encontramos en Chiclayo, en Perú. Aunque le notaba algo que no había percatado aquella oportunidad y mucho menos podía percatarme en ese momento, ya que estaba un tanto cansado y la iluminación no era la adecuada, y bueno, que tampoco contaba con el tiempo suficiente como para saber lo que era.

A Joseph, tan reluciente de ropa,, quizá tan o más emocionado que yo por volvernos a reencontrar, le noté algo distinto. No era el mismo de aquella primera vez en Perú., pero al igual que me pasaba con Mr. Boss me sucedía con él: no podía saberlo hasta que llegamos al hotel. Un abrazo de lado fue nuestro saludo, y él tan preocupado por mí (aunque más por mi familia) me pide que le de  un número para que yo me comunicara y avisara de esa manera que había llegado ya a Panamá.

Ring, ring… Nadie responde el celular. Ya lo intentaré más tarde o mañana le dije…

Reencuentro y… ¿algo más?

Descendí junto a los demás pasajeros por unas escaleras de concreto. Tan iluminadas que parecían ser blancas. Vaya, a cada paso que daba al bajar podía percibir ese frío serrano que caracteriza a Bogotá. Al rato me encontraba fuera del aeropuerto. Abordé el bus que me llevaría hasta las escaleras del avión. Por suerte encontré un asiento disponible.

El trayecto lo hice junto a una señora que llevaba unas zapatillas con retoques andinos (sin duda era peruana). Uhmm, el microbus no dejaba de dar vueltas el aire ya enfriaba mi rostro y empezaba a respirar frío, crudo y duro. Menuda sorpresa, pues el chófer no estaba enterado a cual de las tantas aeronaves que estaban estacionadas debía dejarnos… ¡Qué horror!

Luego del paseo inesperado por las instalaciones de las pistas de aterrizajes regresamos hasta la puerta de embarque. Aclarada ya la mente del conductor nos llevó hasta la escalera de abordaje. Uno a uno de los viajeros fuimos subiendo hasta la entrada. Mi lugar era la fila después de la «primera clase».

Nuevamente ventanilla… ¡Qué suerte!

El avión era de menor tamaño que el que me llevó hasta Colombia. Los asientos eran mucho más incómodos. No tenía pantallita alguna para por lo menos elegir un par de canciones. Así que todo el viaje me la pasé oyendo las interminables preguntas de un niño (muy lindo él) que viajaba con su padre (muy guapo él). Ambos con un look urbano en matices marrones y negros, llevaban gorro y muy relucientes.

Desde el cielo pude visualizar embarcaciones muy iluminadas que daban la impresión de ser algún  crucero de turistas y de a pocos se fue asomando tímidamente (al menos por mi lado) el aeropuerto de Tocumen. Del frío de Bogotá pasé, casi abruptamente, al calor panameño.

Fue así que se haría realidad el deseo que compartía con Joseph: el verme aparecer por la salida de pasajeros en el aeropuerto de Panamá, y es que ello significaba solo una cosa: que no me había despistado en ninguno de los anteriores. ¡Qué emoción! Al fin volvía a ver a Mr. Boss y a Joseph.  De esa manera se producía el reencuentro… ¿Algo más? Pues sí, que se me activó el Rooming internacional de la compañía de celulares con la que tengo un contrato de servicio.

Destino: Panamá

  • -¿Lleva líquidos inflamables? -Me preguntó una de las señoritas de Avianca.
  • -Uhmm, creo que no -respondí con una sonrisa irónica-. Pero si consideras al desodorante como tal, pues entonces si que llevo.
  • Luego de sonreír. -Bueno, no es para tanto… ¿Me entrega por favor su boleto?
  • -Sí, claro… Aquí están… Que mi destino es Panamá -dije- pero me toca hacer una parada en Bogotá para cambiar de avión… Ya sabes, para aminorar gastos.
  • -Volvió a sonreír y dijo: Que si, muchos viajeros lo suelen hacer, especialmente los más jóvenes.
  • -¿Ah sí? -Pregunté. 
  • Así es señor Masillas -Respondió.
  • -Debe ser por el gusto a la aventura, además de ahorrarse unos céntimos -Agregué.
  • Debe ser… Bueno, tome esto que le servirá para presentar algún reclamo en caso no haya llegado su equipaje hasta su destino.
  • -Bien, gracias… Un gusto y hasta luego.

Durante la conversación, para cuando me tocó presentar el pasaje, me doy cuenta que llevaba conmigo el morralito de Camelia (al parecer me olvidé de entregarlo al momento de ingresar a los counter de aerolíneas). Sin vergüenza alguna caminé con Barbie a mi lado, impresa en tonos rosas y florecillas en tonalidades lilas. Salí de esa zona y me reencontré con la niña pidiéndome -casi a gritos- con una notoria emoción su «carterita».

Subimos hasta el ingreso a los salones de vuelos internacionales y pedí a mi madre pararnos muy cerca a un monitor de «aviso de salidas» . Fue así que mientras esperábamos una hora «prudente» para despedirnos que Camelia se separó de todos para salir huyendo. ¿La razón? Pues unas religiosas que andaban de un lado a otro vestidas hasta el copete con sus hábitos. Descubrimos así que la niña no las ve como debería verlas, sino que causa en ella cierto miedo. Ni modo, que la despedida se adelantó.

Recorrí un corto camino en Zig Zag, guiado por una especie de cinturones que unen unos pequeños postes negros. Saludé muy cortés a una trabajadora de seguridad del aeropuerto e ingresé a la zona de migraciones.

Migraciones. Fue allí donde un señor regordete me pide la documentación (pasaporte y DNI -documento nacional de identidad) y me preguntó para dónde me dirigía. Dije que a Colombia. Me entregó el pasaporte sin más y a la vez un papelito -casi insignificante- que sería aquello que llaman un salvoconducto para estar en países sudamericanos pertenecientes a la Unasur. Me recordó a su vez que lo debería entregar a mi regreso.

Ahora tocaba la franja de seguridad. Primer contacto con la Interpol (Policía Internacional, que parecía más peruana que la chicha morada). Menos mal y me tocó de los pocos amables que quedan en la actualidad. La mujer policía me pidió que echara lo que llevara en una bandeja (ya antes había recordado uno de los consejos de Mr. Boss: el echar incluso el reloj minutos antes de entrar a esa zona). Fue así que puse mi bolsito y mi mochila, mis anteojos y mi reloj, mi pulsera y el mp3. ¿Las zapatillas también? -pregunté. Me respondió que no era necesario, a menos que tuviera ojuelas de metal en los pasadores.

¡Uff! Ningún timbrado, ahora a buscar la sala de espera. -Uhmmm, la número 24, en un sitio que no había visitado en años-. La preocupación me llevó a levantar la cabeza y ¡zaz! me percaté que en la parte superior de los pasillos habían letreros con flechas que indicaban la dirección a cada salita. Me encontraba a mitad, de la 11 a la 24 no hay mucha distancia. Luego de pasar por algunas tiendas de Dity Free llegué por fin hasta el lugar donde me tocaba hacer el tiempo hasta la hora de abordar el avión.

Vaya, todavía no hay gente -me dije a mí mismo. Me animé a ver algunas vitrinas y alcanzo a ver una discotienda, ingresé y compré un disco que iba a regalar a mis dos amigos (Joseph y Mr. Boss). La primera producción discográfica de William Luna fue la elegida para ellos. Cantante que a opinión de Mr. Boss tiene un timbre de voz algo femenina.

Al regresar ya se había formado semejante cola para ingresar al avión, y es que habían unido el vuelo de Avianca con el de Taca (bueno, que en realidad es la misma aerolínea). Luego de aclarar qué fila era de tal y tal compañía me puse en la más corta jeje.

¡Por fin! Ya estaba sentado en el avión. Empezaba así la aventura oficialmente. Al rato se sentó a mi lado un muchacho. Era colombiano y jugador de póquer online, el mismo que descubrió que prácticamente era mi primer vuelo en la vida (no es para menos después de muuuucho tiempo las cosas no son las mismas). El avión despegó sin mayores contratiempos y compartí el momento de la cena, una esquelética charla y una revista con el colocho (que muy tonto yo nunca le pregunté su nombre). El muchacho no era muy alto, tenía algo de panza, pero era muy atractivo. Olía muy bien y nunca se quitó la gorra de la cabeza.

Aterrizamos en Bogotá después de dos horas y media de viaje. El frío se hizo sentir en cuanto salí de la aeronave. Preguntando y preguntando nunca me salí del área de internacionales. Pasé nuevamente por una revisión de equipaje de mano y subí hasta la zona de salones de espera. La sala 28A debía encontrar en el menor tiempo posible. La hallé sin mayor problema. Ya había unas cuantas personas esperando allí. Me senté, encendí el mp3 y me puse a oír música hasta que dijeron: ¿Destino: Panamá?

La llegada… a Lima

Un automóvil blanco me llevó hasta el aeropuerto Jorge Chávez en Lima. Iba yo junto a mi Camelia durante todo el trayecto, desde Miraflores hasta el Callao. Nos acompañaban también mi cuñada, mi hermano y mi mamá. Más de media hora de frenazos, embotellamientos y smoth.

Ese día no quise almorzar nada, apenas un zumo de naranja para no desmayar. Esa misma mañana, muy cerca al mediodía, habíamos recién llegado a la capital. Un tanto más de dieciocho horas de viaje en tierra se le sumarían, para mí, dentro de poco, un aproximado de siete horas más, pero serían esta vez en avión. ¡Toda una travesía!… Una aventura que me tenía muy nervioso (supongo que no más que mi madre), y es que casi casi era mi primer viaje al extranjero… y lo hacia en solitario.

Ni bien llegué a la habitación de hotel que mi papá había reservado días antes para que parte de mi familia se pasara unos días en Lima, deje el equipaje, entre al baño y me lavé la cara. Salí. Creí que debía caminar mucho en busca de un cibercafé o un centro de impresión para poder imprimir los boletos de la aerolínea. Me equivoqué, pues en la siguiente cuadra de donde estaba el hospedaje encontré el sitio perfecto para hacer físicos mis pasajes.

Ya en el lugar aproveché para imprimir también el itinerario de mi viaje y dejárselo a mi mamá para que supiera de alguna manera por donde es que yo iba a estar. Después de un rato regresé raudo al hotel y descansé lo necesario hasta que más o menos llegara el momento de enrumbarme para el aeropuerto.

Trece horas, treinta minutos -tal vez algo más-. Ya duchado, con el boleto y el pasaporte en mano (o por lo menos llevado en un sitio que me permitiese sacarlo para cuando los necesitara), tomé mi maleta y mi casaca, bajé por el ascensor.

En el taxi…

  • -Señor -pregunté- me deja por favor en la puerta de vuelos internacionales.
  • -Bueno, que aquí no hay separación… Todos los pasajeros entran por el mismo portal.
  • -Vaya -para mis adentros- este tío me habrá dicho la verdad.  

Ya en el aeropuerto…

Tres o cuatro puertas, sinceramente no recuerdo cuántas hay, en cada una se encuentra una señorita o un muchacho que pide documentación y el pasaje de viaje. Después de presentar todo ello, pasé. Ahora tocaba buscar el módulo de Avianca. Menudo lío, que en Lima las aerolíneas están organizadas por letras de abecedario y yo que me encontraba al final. Ni modo, a caminar hasta hallarle. 

Después de trece años

La última vez que me subí a un avión fue en septiembre del 1999. ¿El destino? Pues la ciudad del Cuzco, en Perú. Un viaje que realicé junto a algunos compañeros de clase por haber acabado con éxito la secundaria y a cargo de los dos profesores tutores de las dos aulas de quinto año que habían en el colegio del cual pertenecí desde el jardín de infancia (cuando más o menos tenían cinco años de edad). Sin temor a fallar en el cálculo han pasado cerca de catorce años.

Más de una década que no pisaba un aeropuerto ni siquiera para despedir o recibir a alguien que conozca. Un tiempo que es suficiente para descubrir que las cosas han cambiado -y no hago referencia por lo sucedido en los Estados Unidos en el 2011 para cuando se atentó contra las «Torres gemelas», sino a que hasta para desabrochar el cinturón de seguridad era algo novedoso para mi (y es que según mis recuerdos de cuando viajaba de niño o para aquel viaje de promoción el desabrocharse el cinturón era algo -según mi opinión- era mucho más sencillo).

Pero los cambios no solo se han dado en cuestión de seguridad dentro del avión, sino también en la forma de cómo se aborda. Hoy en día existen túneles que te dirigen hasta la misma puerta de entrada a la nave o buses que te trasladan de la puerta de abordaje hasta la aeronave -algo que para la época de cuando solía viajar por el aire facilita porque antes debíamos caminar hasta las escaleras que permitían subir el avión. Por otro lado está el modo de comprar el boleto, antes recuerdo que se debía acudir hasta una oficina de la aerolínea elegida para viajar y comprarlo, hoy en día, aunque también se puede realizar la compra personalmente desde un stand también se puede obtener el pasaje por teléfono (muy poco usado) o por la internet (tal y como lo hiciera Mr. Boss para «separar» mi cupo en el avión).  

Otros cambios que se han dado es que en la actualidad no se puede llevar en el equipaje de mano agua o cualquier líquido que parezca sospechoso para la policía de cualquier aeropuerto en el mundo, mucho menos se puede guardar cortauñas o tijeras. El tiempo de abordaje también ha variado, hoy se espera bastante más de cuando debía yo esperar de cuando niño o en aquella vez que viaje junto a mis excompañeros de aulas.

Tantos cambios y tan poca confianza para con la raza humana que hacen de un viaje en avión en toda una ceremonia, casi casi religiosa. Una experiencia tan metódica y tan lenta que se hace áspera, pero tan corta y algo ruda (en algunos aterrizajes) que se hace pesada, pero que me importó poco vivirla ya que mi espíritu de «aventura» -tal vez de un periodista nato- y el deseo de volver a reencontrarme con dos buenos amigos me daban las fuerzas suficientes para llevar a cabo un viaje en avión después de trece años y sin compañía alguna.

Silencios

La misma ciudad, Lima; el mismo lugar, el aeropuerto; las mismas personas, mi madre y yo; distintas horas: primero, treinta minutos antes de las 17, después, cuarenta minutos después de la medianoche; y diferentes sentimientos: mi madre feliz de verme, yo feliz de verla pero triste por haber dejado atrás los mejores días de mi vida (a la edad que tengo)… Era mi retorno a Perú y el mismo abrazo, pero esta vez con algunas palabras de su parte: «hijo, te extrañé», y yo sin decir nada. 

Sí. El bendito silencio que se arranca de mi cuando estoy triste o al menos cuando tengo un licuado de sentimientos que no es fácil de explicar con palabras. Estaba yo ahí, inerte y sin poder decir nada por temor a derretirme en llanto (pues estaba más sensible que nunca),

El mismo silencio que empezó a aparecer los últimos días del fin de viaje junto a Joseph y a Mr. Boss. El mismo silencio que me llevó a dormir sin darme cuenta, incluso mucho antes de lo que tenían por costumbre dormirse mis amigos (amigos de verdad y no solo de palabra). Y el mismo silencio que se hacía notar en el preciso momento en que más quería decir cuánto había podido añorar a mi madre y los demás miembros de mi familia.

Silencio que se rompió cuando le dije a mi madre que me había dado mucha pena despedirme de Mr. Boss y de Joseph, y se volvió tan firme cuando ella me preguntó si ellos también se habían apenado cuando me despedí de ellos, pero se volverá a romper con el inicio del diario de mi primer viaje a Panamá.

No tengo palabra

No es para sentir orgullo escribir un post en el que hago público (después de algunos días) que fallé a una promesa que le hice al Dios Creador de todo lo maravilloso que puede verse en la naturaleza.

Todo empezó a mediados del mes pasado (febrero de hace unos años atrás) Cuando me informaban en casa que éste año para mí no habría dinero para inscribirme en la universidad. El mundo, mi mundo, se venía abajo en grandes trozos de expectativas y deseos.

Si bien es cierto que en el Perú hay cada vez menos oportunidades de conseguir un trabajo a cuenta propia -porque si no tienes un ‘amigo’ que te aprecie en algún medio de comunicación lo más probable es que la oficina sea el carro que por las noches se convierte en uno de los tantos taxis que hay en la ciudad. Yo, personalmente, tengo el ánimo y anhelo de llegar a ser un escritor en vez de un escribidor o un periodista (aquí en mi país).

Después de oír ese mal aviso de mis padres y de ingresar a la intranet de la facultad y no tener acceso a elegir mis cursos e inscribirme, la preocupación invadió mi mente. Con ella empecé a maquinar la manera de conseguir la cantidad necesaria para empezar a estudiar un nuevo semestre.

Lo primero que pensé es que por mis propios medios (como ser humano imperfecto y predeterminado por Dios) no podría conseguir el dinero. Las ideas escapaban de mí, era imposible conseguir la paz necesaria para pensar en alternativas de solución para mi problema. Fue así que acudí a Dios, lo único divino existente.

Sabido es que a Él le agrada que sus hijos sacrifiquen algo a cambio de los pedidos que se le hagan. Con esa creencia le prometí que no volvería a ver videos para adultos en lo que va del semestre, o al menos en el primer mes de estudios.

Creo que por esa promesa es que Él accedió a ‘ayudarme’ y por eso pude conseguir el dinero para matricularme y empezar a estudiar.

Pero ayer (lunes 12) después de enterarme que la clase de la tarde se suspendió, decidí salir del campus para comprar la copia del libro que han dejado que han dejado para la asignatura de redacción. Fue así que terminé el día sentado, frente a la pantalla, siendo espectador pasivo de distintas escenas de sexo entre hombres.

Sí, señores fallé! falle a lo prometido a nuestro Padre Creador. Por tal razón me siento desmesuradamente avergonzado. Es una vergüenza propia y la vez ajena a lo que mal he hecho.Dios no merece que alguien como yo me haya valido de su ‘ayuda’ para beneficiarme y no poder siquiera sacrificarme por Él a manera de agradecimiento.

Ahora, como su siervo, me tocó esperar el castigo que muy merecido merezco por haber faltado a mi palabra y de esa manera haberle fallado.

Mi dulce Camelia

En los próximas días se cumplirán cuatro de aquel día en que la vi por primera vez. Verla allí, tan tierna y tan frágil, tenía muchas ganas de tomarla entre mis brazos y decirle al oído que era la niña que yo tanto había esperado (y es que ya tenía cinco meses antes a un chiquillo).

Pese a esas ganas locas de sacarle de la cuna en la clínica, decidí no hacerlo porque me daba cosa tomarla  de una manera equivocada y lo menos que deseaba era causarle algún daño… Y así pasaron los días y los meses, hasta ahora en que me atrevo a decir que desde ese primer día se había ganado ya todo mi afecto y cariño.

De piel rosa y cabellos oscuros dormía y dormía como si nunca hubiese querido salir de ese cálido lugarcito en que se encontraba horas antes. La miraba y re miraba y no me lo creía.

Ella no es mi hija pero la quiero como tal, y si de algo le puedo servir, no pensaré más de dos veces en acudir a su llamado. Pero bueno, que ella con el tiempo ha ido sorprendiéndonos a todos en casa. A cada visita que nos hace ilumina con su candidez cada rincón de la casa, y pese a sus gritos, que junto a los otros dos niños se unen en coro antiarmónico no dejan de romper con la oscuridad del silencio que suele darse cuando en la cada hay tantos adultos.

Ayer, estrujó este viejo corazón y me hizo lloriquear cuando de la nada se apareció en mi habitación y me dijo con su vocecita y como si quisiera que nadie más que yo le oyera que no le hiciera caso a Pablo, mi hermano menor, cuando éste me dijo cosas bastantes feas y que le importó poco que la niña le oyera decir tanta calabazada junta:

-«No le hagas caso a Pablo… que está loquito… y él es el… (repitió inocentemente la grosería que éste me había dicho)».

Ay Camelia, mi dulce niña… estoy más que seguro que no me he equivocado en quererte tanto.

 

¿Me recuerda?

Pocas veces puedo entablar una relación amical con alguién. Tampoco es que la llegue a considerar como tal. Lo cierto es que llegamos a compartir más de un momento con una conversación amena.

Conocí a Mirella porque ambos formamos parte de uno de los ocho grupos que se formaron en el curso de radio 3. Fue durante ese semestre que supongo tomamos confianza el uno para con el otro.

Hace un año ella dejó la universidad porque temía, por tercera vez, desaprobar una de las asignaturas que forman parte de la cadena de cinco redacciones que llevamos en la facultad. Fue con ese retiro que perdimos de alguna manera comunicación.

Hace un rato -primeros días de marzo-, en la primera clase de Derecho,ella se sentó dos filas anteriores a la que yo estaba. No la reconocí de espaldas. me costó un tanto reconocerla cuando ella volteó para dar un vistazo a todo el aula.

¿Cruzamos miradas? ¡Quizá!

¿Me recordó al verme? Pues no sé, porque ni ella, ni yo, hicimos algún gesto de saludo -ni el más mínimo esfuerzo lo lozana que pueden estar nuestras mentes.

Luego de la primera hora de clase tocó el timbre del descanso, ninguno de los dos tuvo la iniciativa de acercarse. Y así pasó la siguiente hora: sin intercambiar palabra alguna, pese a que estaba sentada a mi lado. .

Entre charapas y motores

¡Maldita boa! o el anteponer el artículo para referirse a cualquier pronombre de persona -sobre todo si es mujer-, son algunos detalles que resaltan el hablar de un oriundo del oriente peruano. Y ni qué decir de ese peculiar tono cantarino que hace más pintoresco y fácil el reconocer que esa persona es de la selva.

Dos mujeres, dos niños y un hombre de mediana edad son los charapas que entre sus conversas y el ruido del motor de cada bus que llega o está a punto de salir son la causa de mi «laberintitis».

La mayor de todos, una señora de aproximadamente 50 años de edad, de cabellos lacios y piel bronceada, es duela de una lengua que no se detiene ni para tomar aire. La otra, con un celular de oropel que no deja de timbrar, de cabellos lacios y medianos (próximos a ser castaños), parece no ser mayor de cuarenta años. Los dos niños, aparentemente hermanos, delgados, sonrientes y de la misma estatura, parecen que serán expertos hablantines canterinos. Y el único hombre de ese grupo de charapas, a simple vista aparenta ser muy tranquilo; sentado en el misma silla permanece en el mismo lugar desde que entró a la sala de embarque, cuida sigilosamente a los pequeños y de cuando en vez intercambia palabras con sus familiares. Todos ellos visten ropas de telas frescas y holgadas (como de playa); y todos ellos también se caracterizan por los ojos achinados.

Estoy seguro que más de una persona que lea este texto pensará que estoy en Iquitos o en Tarapoto, pues no. lamentablemente no lo estoy. Me encuentro en Lima, la gris, smoteada y bulliciosa que con orgullo y heroísmo fortalece ese mal entonado adjetivo: Lima, la fea.

Pero, tan heroica como lo puede ser la capital peruana o cualquier persona que viva en esta selva de cemento, lo puedo llegar a ser yo en este momento.

Continuará…

A mi abuela

Te dije un millón de veces lo mucho que te quería, te dije un millón más lo mucho que estaba agradecido con la vida por darme a alguien como tu, y un millón extra de veces te decía que como tu no había nadie más en el Perú.

Nunca fuiste de un gran tamaño de estatura, sin embargo, tenías un gran corazón para con los demás, incluso si llegaron a hacerte daño. Nunca fuiste a una universidad, pero la llamada universidad de la vida te enseñó a gran galope lo mucho que tu sabías y que a diario compartías conmigo o con cualquier otra persona que hubiera compartido al menos un segundo contigo en una de esas conversaciones que tu las hacías interminables. Nunca oí de tus labios una maldición, pero si un carajo, porque al carajo se iban todo aquel que se atreviese a contradecirte.

Recuerdo las miles de noches que que te acompañé hasta la puerta de tu casa, recuerdo las infinitas bendiciones que te solía pedir en aquellas despedidas nocturnas y recuerdo tu rostro que a pesar de la oscuridad brillaba con la única luz que solías irradiar con tu presencia, y es que para mi eras la estrella que solía iluminar mi andar. 

Recuerdos que fueron momentos, los mejores momentos de mi vida.

Hoy ya no estoy a tu lado, hoy cada mañana que despierto miro hacia tu ventana y no veo mas que sombras, sombras que no me permiten ver. Y es que necesito verte, necesito de tu aliento, de tus palabras, de tus abrazos, y por que no, de tu café en esas tacitas despostilladas que, según tu, no alteraban el verdadero sabor de esa bebida caliente que me enseñaste a beber a escondidas.

Hoy lloro por ti madre mía, hoy no sé como llevar mi vida. Estarás enterada que aún no acabo mi carrera en la universidad, sabrás tu que mi sentimiento de soledad se acrecentó cuando te vi agonizar sobre tu cama y después verte cubierta en una camilla de la clínica local… Quiero verte, quiero ser nuevamente tu hijo y quiero, quiero, te quiero a ti!

Prometí no volver a llorar desde que te fuiste sin ni siquiera despedirte, pero al escribir estas palabras no puedo evitarlo. No puedo evitar volver a sentir lo mismo que sentí aquella tarde en que te quedaste en tu nuevo hogar.

Soy débil y tu lo sabías. Como sabías también lo mucho que nos haces falta… Si, porque pese a que este año serán 3, no me puedo acostumbrar a tu ausencia y menos a resignarme.

¿Enamorado?

Sé que no es la primera vez que escribo algo referente a mis sentimientos. Supongo no será la última vez. Espero esta vez no equivocarme como en anteriores ocasiones, pese a que dicen que las cosas se aprenden a base de aquellas que no salieron tan bien como se desea.

La habitación en la que me encuentro está tan vacía como el sentimiento de ausencia que hoy por hoy tengo. El silencio grita dentro de mí que es hora de aclarar lo que siento hacia ese muchacho que hace poco más de un año conocí en una sala del chat que alguna vez tuvo el Yahoo para los usuarios.

Fue una tarde cuando lo conocí. Mi buen amigo Joseph no se había conectado y decidí sumergirme en aquel sistema de conversación a distancia. No recuerdo que nick tenía puesto en ese momento,tampoco recuerdo exactamente lo que platicamos, pero si estoy seguro que la conversación se prolongó hasta las 20 horas -mi tiempo-.

Durante ese tiempo hablamos de todo y de nada a la vez. No intercambiamos fotografías pero si correos electrónicos. Ninguno de los dos se atrevía a dar por terminada la sesión y el momento que nos tocó compartir para tener las primeras pinceladas el uno del otro.

Me atrevo a decir que ambos, después de cerrar cada quien la ventana de conversación, quedamos con la sensación de querer saber más del otro. Al menos puedo afirmar que de mi parte si. No sé pero desde aquella vez siento curiosidad por saber de él, con los meses siento la necesidad de enterarme qué hace o qué deja de hacer, y después de un año tengo las ganas de verle en persona y saber cómo es su piel, a qué huele y de saber qué podría suceder después de ese encuentro.

Tal vez esos deseos o necesidades que siento para con él son producto de mi soledad o de mi ligera mente que con tan poco se echa a volar cuan hoja en el otoño de la vida. También pienso que no me encuentro preparado todavía para empezar una nueva relación porque tengo heridas que aún no se han cerrado (ello a pesar de que ya no siento nada por mi anterior pareja), heridas tales como las que me dejaron alguna vez cuando fui rechazado y engañado -quizá inconscientemente- hace cuatro años atrás o más.

No puedo afirmar que estoy de nuevo enamorado o que Ariel sea el chico con el que formaré una familia y pasaré mis días hasta que realmente alguien tan fuerte como el ángel de la muerte nos pueda separar o  que él vendrá algún día o yo vaya a verle.

Si todo saliera como deseo y que Dios, pese a que tiene pedidos mucho más importantes que el mio, me lo permite, a principios del próximo año estaría yo aterrizando por tierras españolas. Tendré la oportunidad, aparte de volver a ver a mi Joseph añorado, de decidir si ver o no a Ariel. Por lo pronto él ha dicho que para esas fechas suele huir de aquel frío casi ártico que hace por esos meses y que es probable que viaje para su país; también es cierto que me ha dicho que haga todo lo que sea posible para viajar y que pasará por mi aunque sea para compartir una o dos horas. Y más claro, aunque cueste creerlo, mi viaje hacia ese lugar no es precisamente el poder conocerle en persona.

No creo estar enamorado de Ariel. Estoy seguro de ello. Pero si quiero compartir más de un momento a su lado…

A un sello de España

Este es uno de los temas que jamás se me hubiera ocurrido tratar, y es que nunca se me pasó por la mente la posibilidad de cruzar el charco. No hasta que Mr. Boss y Joseph me lo dijeran personalmente en su último viaje a Perú; y desde entonces tengo unas raras ganas de ir hasta España y visitarles -aunque debo confesar que siempre he querido recorrer los mismos lugares que ambos suelen visitar. 
El monte Ulia, el jardín donde labora Boss o algún castillo cercano... cualquiera de ellos pero en menor grado como el caminar por tierras de aquel pueblito que no aparece en mapa alguno y que lleva el mismo nombre de la ciudad donde nací y he pasado gran parte de mi vida, Talara.
No importa la razón que me mueve a ir, lo importante es que la embajada española en Lima acceda a darme la visa que necesito para tomar el avión y hacer la travesía de no sé cuántas horas de distancia separan los dos países. 
Lo importante también es que yo pueda viajar hasta la capital para acercarme a la sede de España en Perú para hacer que me sellen uno de los documentos que son requisitos indispensables para tramitar la invitación que muy gentilmente mis amigos me harán.
No sé si llegue a cruzar el Atlántico, no sé si llegue algún día a visitar el lugar donde vive uno de mis mejores amigos, por no decir el único que tengo y creo que tendré...

Kilometros

El otro día desperté medio asustado y de pronto. Después del último aviso del capitán piloto de la aeronave despegó a rumbo desconocido; minutos más tarde y a pocos metros de altura el avión gira bruscamente, una de las alas roza con el mar y aterrizó, o mejor dicho se estrelló contra un médano de arena. Sin duda había tenido una pesadilla.

A la mañana recibo un mensaje de texto, de aquellos que suelen decir que se ha recibido una llamada a tal hora y de tal número, solo aparecía la hora. Nadie suele llamarme tan temprano, las 7 de la mañana es la madrugada para muchos, y yo no cuento con el servicio para realizar llamadas. Y aunque lo tuviera no podía hacerlo porque aparecía en aquel sms: «número desconocido».

Ese mensaje madrugador confirmaría el significado de aquel mal sueño que tuve durante la noche anterior…



Solo momentos

Hace algún tiempo, en uno de esos momentos de depresión, la necesidad de poder aminorar la pena que sentía por aquel entonces me obligó, y por recomendación de quien era mi psicólogo, a aperturar una cuenta en esta web de blog´s. No recuerdo cuánto es que ha pasado de días, semanas o meses desde que me senté frente a mi computador personal -por ese entonces uno de modelo convencional- y empecé con la escritura de casi mi vida personal.

Lo he contado casi todo. y lo que no es porque ha sido poco interesante o, como en estos últimos días, no he tenido ni tiempo para respirar. Han sido pocas alegrías, muchas penurias, pero siempre, y lo recalco y escribo en mayúscula SIEMPRE he escrito con los sentimientos a flor de piel… y quizá ese sea mi problema.

Escribir con la pluma llena de tinta gris o de un tono multicolor -que resultó ser solo ausencia de una definición emocional- no me había ocasionado tanto lio hasta que me enteré que en vez de un perfil escribía una biografía, o en lugar de redactar una crónica componía una relato fofo y aburrido.

Personalmente considero que mi pluma es tan mágica como mis estados de ánimos. Pluma que, como diría un buen amigo mío, «siempre va a dos o más pasos de mis ideas». Es verdad señores y soy lo suficientemente ´valiente´ para reconocerlo.

Y como para seguir con ese proyecto de valentía debo reconocer también que no me he esforzado lo suficiente, ni he prestado la atención necesaria en mis clases de redacción 4. Y ahora me tocará enfrentar las consecuencias de aquella irresponsabilidad que en estos momentos de mi vida es un pecado, casi pero casi mortal.

Es demasiado caro el pago que deberé realizar por mi ineptitud e idiotez. Entre ellas está llevar por segunda vez el curso; otra es que me atraso un tanto más en mi tan ansiada graduación, y la más importante es decirle a mis padres que no rendí en ese bendito curso.

¡En fín! será un momento más en mi vida…

¿Una nueva realidad?

La crisis emocional, tan notoria pero de la que muy pocos hablan, provocada por la pandemia de la COVID-19 hace pensar que hoy vivimos en una nueva realidad. La mía es, hasta el momento, la misma. Con temores, egoísmo, desconfianzas… ¿Dónde está lo novedoso?

Julio 2020. Dos años han pasado para volver a escribir unas líneas en este, siempre pendiente, espacio tan mío y de ustedes que me permite regresar a la realidad.

A mis ahora 37 años empiezo a ver el mundo con una mirada distinta -ahí quizá está lo novedoso-. Hoy en día creo soy más metódico y responsable de mis actos. El haber rozado a la muerte me ha empujado a proponerme dejar una huella, pero ya.

Dieciséis horas de avión

Pasaporta, la carta de invitación, un lapicero, algo de dinero… Eran algunas de las cosas que llevaba en mi morral. El mismo que, al igual que mi mochila, pasaron por la faja de revisión al pasar a la sala de abordaje del aeropuerto Jorge Chávez, en Lima. Pasé sin mayores contratiempos.

Una vez adentro busqué un monitor para ver la sala en la que debía abordar el avión que me llevaría a Madrid. Si, en un vuelo directo por ser la primera vez que cruzaba el charco. Sala 15. Segundo piso, lo que significaba que la entrada a la aeronave Iva a ser por una «manga».

El estar sentado esperando me hacia recordar a mi familia y el tiempo que iba a pasar muy lejos de ellos. Pero tapien pensaba en lo bien que la iba a pasar con Joseph y Mr. Boss en España. Sentimientos encontrados. Alguna lágrimas cayeron. Sí, soy un llorón empedernido.

Mientras esperaba dos muchachos se sentaron muy cerca. Algunos en ellos llamo mi atención por un momento. Algo muy fugaz, pues andaba algo nervioso por las dieciséis horas que me esperaban de vuelo. Seguí entre mis pensamientos.

Las azafatas empezaron a llamar para abordar el avión Yo esperé casi al final para formar fila. Estaba confundido por la forma cómo se habían organizado. Subí. La nave todavía no despegaba y yo, yo, ya estaba en las nubes.

Interior de aviónBusqué la fila. No recuerdo exactamente el número de asiento que se me había asignado. Lo encontré. Estaba en la columna de en medio. Entre dos asientos. Menuda suerte la mia.

Al rato apareció la pareja de chicos que había visto en la sala de espera. Guardaron sus mochilas en los cajones de equipajes. Y uno de ellos me habló. Yo ni me había dado cuenta hasta que le tocó el hombro.

-¿Te puedes correr un asiento? -Me preguntó uno de ellos.

-Claro que sí. -Respondí.

Me cambié de lugar. Me caía muy bien, porque eso de estar entre dos personas me daba cosa.

Así pasó el rato. La cena. Algunas indicaciones y a dormir. Bueno, yo a oír música. No tenia sueño. Estaba emocionado. Y me pasé todo el rato despierto y fui testigo de las caricias simuladas entre los muchachos de mi costado todas las siguientes horas de vuelo. Algo bastante incómodo para mi.