Era poco más de la medianoche en Ciudad de Panamá. El aterrizaje se dio sin sobresaltos. Mis ansías por salir del avión eran tan grandes como el deseo de volver a ver, esta vez personalmente a Joseph y a Mr. Boss, pero más grande aún era mi intriga por cuánto tiempo decidirían darme en migraciones de ese país.
Un boquerón de aire caliente me dio la primera bienvenida, luego vendría el trillado saludo de las aeromozas y personal del aeropuerto, para después pasar a formar la fila de los viajeros que deberíamos registrar nuestro ingreso a Panamá. No esperé mucho tiempo y finalmente pasé a una de las oficinas «al paso» de migraciones.Fue así que me atendió un funcionario. El hombre no pasaría de los 45 años, con un poco de sobrepeso, cabellos rizados (muy corto) y de piel morena (mucho más canela que la mía).
- -Hola, buenas noches -le dije mirándole fijamente a los ojos (ello para no demostrar que estaba muy nervioso).
- -Buenas noches señor -fue lo único que me dijo.
Sin mencionar palabra alguna revisó mi pasaporte, leyó un tanto la hojita que me habían dado en el avión y estampó el sello. Sin decirme siquiera cuántos días me podía yo quedar en aquella nación centroamericana y que yo, por ser turista, contaba desde ese momento con un seguro que cubría los gastos de alguna enfermedad percibida durante mi estadía o algún accidente que tuviese.
Mientras las demás personas parecían tener prisa, yo caminaba lentamente, y es que tenía un tanto de nervios de volver a ver a mis dos amigos. Una tontería quizá si, pero fue lo que sentía en ese momento. A paso lento llegué hasta las fajas transportadoras del equipaje. Habíamos pocos esperando ya y nadie nos decía por cuál de todas las que habían en el lugar aparecerían nuestros equipajes.
Tuve suerte, mi maleta fue la tercera en salir. Una gris, casi metálica, con stickers redondos pegados en sitios estratégicos para que yo la pudiera reconocer y la tomara en cuanto la viese aparecer. La tomé y caminé siguiendo a las personas, pues creía que ellas me dirigirían hasta la salida.
Sin darme cuenta me encontraba frente a un montón de personas. Unos con cartelitos blancos con nombres de personas, otras abrazándose y yo mirando tímidamente (me decía a mi mismo no veo a ninguno y ahora qué).
Y nada, fue tan espontaneo como aquel beso que me sorprendió la primera vez que vi en persona a Joseph, y al fin lo ubiqué -o creo que él me vió primero, o tal vez fue Mr. Boss-. Acompañando a la tranquilidad por haberles encontrado estaba ahí, revoloteando dentro de mí, la alegría de volverlos a ver.
Un casi tenue y fugaz saludo a Mr. Boss. Él, llevando prisa y contándome que no había llevado el carro por una razón que no recuerdo, lo veía tan igual como la última vez que nos encontramos en Chiclayo, en Perú. Aunque le notaba algo que no había percatado aquella oportunidad y mucho menos podía percatarme en ese momento, ya que estaba un tanto cansado y la iluminación no era la adecuada, y bueno, que tampoco contaba con el tiempo suficiente como para saber lo que era.
A Joseph, tan reluciente de ropa,, quizá tan o más emocionado que yo por volvernos a reencontrar, le noté algo distinto. No era el mismo de aquella primera vez en Perú., pero al igual que me pasaba con Mr. Boss me sucedía con él: no podía saberlo hasta que llegamos al hotel. Un abrazo de lado fue nuestro saludo, y él tan preocupado por mí (aunque más por mi familia) me pide que le de un número para que yo me comunicara y avisara de esa manera que había llegado ya a Panamá.
Ring, ring… Nadie responde el celular. Ya lo intentaré más tarde o mañana le dije…